viernes, 4 de diciembre de 2009

SIN NOVEDAD Y SIN FRENTE

Hoy vi una película mala a secas, solamente a secas: primeros planos de una burda intención sensiblera, los congelados en el mismo tenor, el actor principal Lew Ayers sobreactuado. Quizá, únicamente Louis Wolheim quien interpreta a un rudo, mugroso y curtido Stanislaus Katczinsky sea lo más rescatable de Sin novedad en el frente (1930), pues salva un poco la esencia del libro de Remarque, una obra curtida y enmierdada en el fragor de la guerra.
Su rostro bondadosamente macerado, crudo y ladino nos muestra el fango de la supervivencia. Pero la mirada reniega de ese lazarillo y a la vez nos lo recuerda, pues los asientos de las pupilas son de una hospitalidad que nos lleva a rebuscar en todo el continente de aquella cara, prolongándose en la tibieza de esa sonrisa ante un juego de cartas o mientras dentella aquel veterano el muslo de algún cerdo que consiguió entre la sangre y los huesos de la guerra, cuyo pago, aparte de llenarle el estómago, es la justa y necesaria retribución de la charla y el olvido fingido de ese paraíso de cadáveres.
Si la película es recordada, se debe, sobre todo, a la novela de Remarque. Bueno, tampoco negaré el aporte de la cinta a la historia del cine: por su calidad de obra monumental al representar la guerra; la superproducción –en una época en que no abundaban como sí sucede en la nuestra–; y en el uso de algunos planos –pocos–- que abandonan esa cursilería barata y dejan plasmada en la retina de la memoria algunas escenas no carentes de virtuosismo, como aquella en que aparece un fragmento de una cabecera proyectada sobre el muro de una habitación frágilmente alumbrada por una vela y por la conversación en off de dos amantes, paisaje sonoro que fluye en su fijeza encuadrando y transformando sobre la pared la dichosa cabecera en el perfil de una mujer, tenue y fantasmal como un instante pronto a ser consumido como aquellas voces.
Esos dos idiomas entrelazados de ternura y tosquedad que se funden en el crisol de esa aparición tatuada en una espera a punto de esfumarse es una de las escenas por las que vale la pena ver la cinta. Desafortunadamente, un film no se hace de escenas dispersas, al menos que esa sea la intención del director, lastimosamente éste no es el caso, pues las actuaciones mediocres echan abajo la dirección –que no fue tampoco magnífica pero sí brilla por instantes–, el trabajo de fotografía, el vestuario, la ambientación, etc.
Una de las cosas vitales en el cine son los actores, si a éstos les queda grande el papel por más que se gasten cantidades inimaginables de dinero o se contrate al director más laureado para dirigir un guión sublime la película estará condenada al fracaso; aunque en nuestra época ya la sola mención de “superproducción” llena las salas y desafortunadamente esto nada tiene que ver con la calidad cinematográfica. Lo que aún sigue rigiendo y es de agradecer es que si a un mal guión y pocos recursos de producción se les suma un buen director y unos excelentes actores, bueno, el resultado lo podemos imaginar y comprobar en muchas películas que han quedado fijadas, latentes en la historia del llamado séptimo arte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario