miércoles, 31 de marzo de 2010

RESUMEN DE UN "HAIKU" DE "ORIGAMI"


El tiempo es un botón de cerezo, aún en el árbol, aún en espera del paisaje. El aire agita mi cabello y me lleva al suyo. Una flor cae sin caer, algo la retiene, algo hace que su marcha se aleje del tiempo y se quede fija en mis ojos. Mis ojos me llevan a sus ojos.


En el cielo una parvada de nubes regresa de un largo viaje, el sol ha partido y la tarde son dos hielos y limones en mi lengua. Mi lengua es ácida y busca refrescarse. Mi lengua busca el diluvio de su boca.


Toco mis labios y no están, ha partido mi boca y mis palabras están frente a mí, me confrontan, gritan mi nombre en mis oídos pero sólo el eco del tuyo agita su ramaje.


El polvo del camino se mete entre los dedos de mis pies, entre mis uñas, las abre, un hormiguero repta por mi carne, va hinchando las venas, las marca, ¿un destino?; se mezclan en mi sangre y mi sangre es un cosquilleo mordiendo la sombra de mi espera. La espera es aguda como la sombra, la sombra tiene los filos violetas y sonríe, mi sangre es un cascabel que espera su tacto.


La tarde se vence y la noche en el árbol es un cerezo en flor; cae sobre mi cuerpo y lo constela, lo tatúa de su negrura. Un mapa se abre en mí, una cartografía celeste arde entre mis muslos, busco mi zodiaco y una manada de espumas muerde mi sexo, me siento en el tuyo.


El tiempo al fin avanza, la flor es un "origami" de papel lloviendo sobre el biombo del paisaje. Suspira un papalote, una mariposa, suspira un suspiro; los veo dar giros, temblar y prenderse en mi pecho. La flor es un trazo negro, una sutileza de luciérnagas y olores arando la tierra; me desnudo sobre ella, me desnudo azul, ruedo y voy moliéndome, me siembro, soy azúcar, soy sal, soy un sueño sobre sus pétalos abiertos.

viernes, 26 de marzo de 2010

LA SOMBRA SIN FILO


La rajada fue lo de menos, el tajo no tenía otro sentido más que el daño, hecho tan monótono. Lo interesante fue sentir la carne deshebrándose, la sangre mordiendo el metal buscando una materia más sólida donde refugiarse, fue ver la vida pintando de violencia mi guayabera amarilla y la noche buscando su lugar en ese cuadro tan clissé.


La sangre perdió su rutina y enloqueció; brillo un segundo entre mi carne desfigurada, en el aire empujado por la navaja; el viento se oxido un segundo, tal vez menos, después, todo fue a parar al olvido, todo: la tajada, las dos patadas, la huída; tanto, que siento que de otro es este brazo que no termino por acariciar, por aceptar como mío. Me duele pasar mi tacto por la herida y no a causa del dolor en sí, sino por el recuerdo, por esta rajada que niego y que me hace ya otro en un instante. Soy un antes y un después tan certero, tan definitivo, soy una fecha precisa en que dejé de ser una continuación en el espacio para ser una ruptura, una línea cortando la armonía del tiempo.


No fue odio porque para odiar se necesita tener el buche caliente y para ello se requiere tiempo. No, no era odio, el odio lo puedo entender. Tampoco era algo instintivo, no había la necesidad de la conservación; era algo que está por debajo, en el subsuelo del hombre, en lo que aplastamos con la suela del zapato sin sentirlo siquiera; parecido a la justicia de dios: arbitraria, azarosa; pero tan vulgar que nada tiene que ver con lo otro, con lo divino. Temeridad sí pero sobre todo ignorancia, ignorancia de uno mismo que nos hace insensibles, nos niega al mismo tiempo que negamos al otro.


Un animal, al igual que el hombre, siente, pero ¿qué pasa cuando dejamos de sentir?, ¿podemos dejar de hacerlo? ¿Sentir es un proceso de aprendizaje? No quiero recordar la Historia pero qué triste es este querer negar el pasado, la insensibilidad desgraciadamente no es nueva… Y esa frase: pienso luego existo, ¿estará de verdad tan alejada del siento luego existo? Si me pienso me siento, si me siento me pienso.
No puedo desligarme de mí, no puedo separar dos lados de una misma moneda sino sería un animal empobrecido, una navaja que sostiene una sombra, un brazo que ignora que empuña su propia muerte; pues morir no es sólo un acto físico sino sensitivo e intelectivo, es un acto no sólo proyectado en el futuro ni un sepultar en el pasado; la muerte es un dejar de ser en movimiento, es respirar y no sentir el peso del aire estrangulando las palabras, es no ver nuestra sombra en los senos de una mujer, es negar a todos aquellos que nos habitan y podrían habitarnos.


Morir es negarse a ser, a descubrirse, a verse como potencia en el acto y para el acto, a ver en el otro una mirada más de nosotros mismos, un rostro que no teníamos, un gesto que ignorábamos; algo de nosotros se queda en el otro pero también algo nos obsequia. La expresión de nuestra interioridad únicamente se plasma en el exterior; en el interior sí, se gesta y se vive pero de una forma amordazada; la mordaza cae sólo hacia fuera, somos tanto en el otro, en lo otro como en nosotros mismos.


Podría estar muerto, la muerte es la única posibilidad que se cumple cabalmente en el tiempo; pero morir no es desaparecer, mi cadáver aún supuraría, aún anegaría los sentidos quizá de dos o tres personas a las cuales he marcado y de mí quedaría algo en alguien; no moriría del todo, algo me sobreviviría.
Pero esa mano, ese nombre que nunca conoceré, ese rostro que se ha negado a saberse, a ser algo más que un azaroso navajazo; que ha vivido mutilado sin saberlo siquiera pues vive cercenado en la ignorancia de sí mismo; ése, ése ha perdido y seguirá perdiendo más de lo que yo pudiera llegar a perder, pues ignora lo muerto que está.

viernes, 19 de marzo de 2010

BAJO LA LLUVIA


Recuerdo un poema de Prévert donde todo gira en torno a lo cotidiano: el café, el cigarrillo, los círculos de humo, el azucar, el cenicero... pero todo es de un color tan triste que parece que los objetos no fueran objetos sino certeza de ceniza, de un adiós siempre presente; y los objetos, los verdaderos objetos son esas personas sentadas que, aunque no lo quieran, su presencia niega el encuentro; viéndose desde un tiempo que ya partió, mirándose desde la amorosa memoria de lo cotidiano; desde esos días en que la taza desaparecía, en que el café no importaba pues eran solo miradas y labios, eran únicamente ellos en algún lugar que carecía de importancia.
Ahora ese cenicero parece una pira fúnebre y la claridad de la leche enturbia demasiado la paciencia del café; la gabardina colgada no deja de indicar la fatalidad en el aire y el silencio es tan crudo, tan animal en su grito bajo la lluvia que parece nunca terminar de escucharse.
Ese poema es un adiós sin personas, sin rostros, es una tristeza que no tiene un cuerpo que termine de consumirla; sólo es la herida abierta, una hemorragia que no cesa. Por eso queda fijo sobre el tiempo y a pesar del tiempo, es un cuadro en fuga, deslavado por la lluvia y por las horas.



Déjeuner du matin

Il a mis le café
Dans la tasse
Il a mis le lait
Dans la tasse de café
Il a mis le sucre
Dans le café au lait
Avec la petite cuiller
Il a tourné
Il a bu le café au lait
Et il a reposé la tasse
Sans me parler
Il a allumé
Une cigarette
Il a fait des ronds
Avec la fumée
Il a mis les cendres
Dans le cendrier
Sans me parler
Sans me regarder
Il s’est levé
Il a mis
Son chapeau sur sa tête
Il a mis
Son manteau de pluie
Parce qu’il pleuvait
Et il est parti
Sous la pluie
Sans une parole
Sans me regarder
Et moi j’ai pris
Ma tête dans ma main
Et j’ai pleure
Jacques Prévert .

viernes, 12 de marzo de 2010

Detrás de cámaras (una historia sencilla)

Llegué a casa y aquieté el ruido dejándolo rumiando entre el sillón y mi cuerpo; bajé el zíper de los pantalones y encendí la memoria en sus muslos; le puse rewind, rewind y rewind a ese movimiento muscular que definía la ruta y movimiento de mis manos; después dejé correr todo ese día y al finalizar comenzó el trabajo. La edición, cuadro por cuadro de su cuerpo según el pulso que dictara la entrepierna.
Hice algunos close-ups de su mirada remembrando a la Lolita de Nabokov. Un primer plano de sus piernas era necesario, además las suyas me recordaban a Anita Ekberg en La dolce vita o a esa bailarina de tutú negro que jamás imaginó Tchaikovsky en los infiernos de su lago; de piernas largas y firmes, manantial siempre bullente, lúbrico en la luz y en la obscuridad de la música; su piel de pez al tacto, un hielo de fuego, gitana lorqueana. De muslos pródigos, como los de aquellas actrices italianas de los 40’s a los 60’s. Una falda levantada por descuido en una fuente solitaria, una mirada pánica que espía y de repente es descubierta velando el secreto y revelando un cosquilleo de codicia.
Algunos barridos de su boca eran necesarios antes y después del brillo de labios; la tierna voracidad de su lengua cuando trisaba con sus dientes, entre su saliva las palomitas de maíz y al mismo tiempo el roce azaroso de manos dentro de la caja en secuencia simultánea; y entre los roces, la luz de la pantalla -el metatexto tan socorrido por el cine alemán- dibujando sus pómulos tenuemente sonrojados de saberse en la mirada del otro, de sentir en el roce el peso del deseo; y entonces, es allí donde el clissé es vital: las miradas de soslayo, cruzándose, la voz en su oído, el olor de su pelo; sí, puro lugar común, pero necesario, necesario para acelerar la carrera y llegar a…
Sus labios o los del yo-protagonista palpitando, buscando no el beso sino el placer del beso; la posición del cuerpo, del mío-yo-protagonista, medio ladeado hacia ella, simbolizando la más cruda necesidad de la carne, pero también, la soledad. Tampoco podía olvidar el slow motion mientras ella caminaba a lo Bellucci, cerrando el canal de la música a lo nouvelle vague para dar paso a la voz en off del Deseo; aquí algunos versos del protagonista carentes de poesía, y sí de una pornografía soez; mientras los glúteos, hermosos por cierto, rotundas nalgas femeninas en concordancia con los versos —orgasmos mentales— daban efectismo y verismo al sentimiento que anhelaba, sobre todo, proyectar.
Abusé un poco de los planos fijos, en particular de un close- up a los labios en movimiento de la protagonista, barriendo todo lo demás, dejando la escena en una sencillez casi poética, lográndolo gracias a que los canales de audio en esos instantes estaban apagados o distorcionados; la referencia se debe a Pedro Salinas y en particular a un verso que dice más o menos así: “lo que eres me distrae de lo que dices”.
Entonces, mientras la bella bailarina hablaba –pues la protagonista, como toda película pretenciosamente intelectual, debe dedicarse de alguna u otra forma a algo relacionado con el arte- el yo-protagonista, fetichista-snob por naturaleza, miraba sus labios, sus senos y después sus piernas, sobre todo sus piernas de una manera desfocalizada, nerviosa por momentos, y por otros instantes mostrando sus pupilas dilatadas o su boca desencajada en algunos cuadros congelados, mezclados también con el slow motion y con distintos filtros de color, en particular de la paleta cromática de cálidos, para lograr con el puro movimiento de cámaras – los tan dichosos travellings- ese desarrollo tan difícil que es, en el cine, expresar creíblemente el desarrollo creciente del orgasmo.
Me gustaría hablar un poco de esta parte, la verdad peco de soberbia pero quería una película visual y que, por medio de las imágenes llegar a lo sensitivo-introspectivo-erógeno; por ejemplo la picardía característica de este film me llevaba a mover la cámara o el foco, de la belleza de la chica, sus muslos, sobre todo sus muslos hacia el bulto dibujado en los pantalones del yo-protagonista; en este caso un escritor mediocre, ni siquiera marginal, simplemente gris, sin pena ni gloria cuya única virtud es quizá su lujuria exacerbada y cómo ésta se proyecta en los planos de lo real y de lo imaginario.
Sí, lo sé, ya el espacio en donde se desarrolla el film: el cine y algunas calles; y el mismo protagonista hace que se pueda pensar en un cierto homenaje al neorrealismo italiano, pero sobre todo, al ser el yo-protagonista un raro, un exiliado en su propia cotidianeidad nos hace pensar más en ese cine norteamericano independiente estilo Jarmusch o Spike Lee; aunque por las atmósferas, los espacios en que se mueven los personajes la película está más influenciada por un Tarantino –que no me gusta, pero tengo que aceptar que tomé algo suyo esta noche- o por el cine porno de mediados de los setentas y principios de los ochentas donde el fetiche era una necesidad artística y fisiológica un mis en escene que deconstruía el espacio en pos de la exploración interior del individuo. Claro que le di un enfoque —algo… sí, no lo puedo negar— del existencialismo más de un Camus que de un Sartre para mostrar la agonía del individuo erotizado.
La película claro, no es didáctica pues creo que en el arte no hay didácticas posibles, además el fin de la misma es otro, no es una película pretenciosa aunque pretende y tiene un fin muy específico, para ello la necesidad de una actriz hermosa, desde la primer escena, desde la primer toma sabemos que es ella, que debe ser ella, que nadie más podría interpretar el papel, su papel, lo digo con todas sus letras, sólo ella justifica las dos horas y cacho y unas muñecas casi dislocadas y el agarrotamiento parcial de algunas cuantas falanges.

jueves, 4 de marzo de 2010

LA LLAMA-DA

Era una bestia, una verdadera hija de puta, hambreada hasta la madre. Hacía mucho que no la sentía tan necesitada, tan asesina; tuve miedo, casi me disloco la muñeca y la muy cabrona con nada, pero con nada se calmaba.

Cambiaba de manos, con las dos, fijé el foco en todos mis fetiches, en el álbum pornográfico de la memoria: bocas, miradas, gestos, rostros enteros, muslos firmes, redondos, voluptuosos o espigados; nalgas, de todo tipo; cabelleras: rubias, negras, rizadas, etc., senos de pezones violetas, rosas, negros, azucarados; distintos olores desde aquellos parecidos a la ternura hasta los más ásperos. Recurrí a viejos fetiches como los zapatos, el lápiz labial o las uñas; descubrí algunos nuevos como los aretes. Me vine: una, tres, cinco veces, no me acuerdo cuántas; y la muy puta, la muy H-I-J-A de puta seguía insaciable, erguida, retándome como diciendo -aquí el que manda soy yo putito.

Y qué hacía, qué podía hacer yo; era sólo un instrumento, un cuerpo alquilado al deseo. La veía crecer, hincharse, y temí, verdaderamente temí de tanta furia, de su voracidad, de su ponzoña; y no podía, las fuerzas me flaqueaban, mis dedos eran dos estambres destejidos, pero ese demonio no concedía tregua.

Miré mi agenda telefónica, intenté salir y buscar alivio, pero los pantalones no la contenían y el sólo roce me lastimaba, no podía hacer nada y volví a pensar en ellas; quizá centrándome –me dije-, entonces me cerré a una, la recorrí con mi lengua, de punta a punta, de su pie derecho al izquierdo, toda abierta para mí. Bebí su vientre, sus senos, sus nalgas; me vi enterrándosela hasta que sintiera el asco del filo que me consumía de goce y de dolor.

Para mi desgracia, la bestia permanecía erguida, mi sangre entera alimentaba su apetito. La muy cabrona firme, hiriéndome con su ardor que no conoce de cenizas; morada e hinchada como un cadáver, pero viva, tan viva..., y yo, yo estaba destrozado, quería detenerme, los músculos se me engarrotaban, las manos no podían seguir moviéndose, estaba a punto de desfallecer pero aún sacaba fuerzas no sé de dónde; era un esclavo fustigado por la necesidad. Entonces, entonces oí esos tres golpecitos, tres suaves golpecitos detrás de la puerta, llamando, buscándome, y entonces, entonces, sólo entonces…