lunes, 15 de noviembre de 2010

NADIE EN EL ESPEJO


Hay tuercas que nunca se ajustan del todo a la vida, que me hacen ir con los huesos enflaquecidos y con la sonrisa amarga. Juro que mi primera intención al escribir estas palabras era para hablar en tonalidades verdes y azules, para mostrar mi rostro en los vidrios de los espejos con una sonrisa que raye el cristal, que niegue la memoria irrecuperable de las veces en que he tratado de buscar alguna seña de identidad, algo que me haga sentir que estoy yo en ese nombre que repito ante esa otra cara que me refleja esa misma palabra que ya no termino de pronunciar; irrecuperable porque no llega a empañar el espejo donde yo la miro, mucho menos mi carne que escucha el “Roberto” seco, sin intención de apretar mi garganta ni dejar un regusto en la lengua. Los colores nunca tienen el matiz con que se les sueña.
Me gustaría sentirme como ese Nadie que va en camino de recuperar las letras que lo invoquen, que lo conformen más allá de la escritura, que le devuelvan toda una ciudad o sino, al menos, una calle, un cuarto y una voz que lo restituyan al tiempo, a ese devenir al que de nuevo es parte, es herida, es pregunta que se abre pues alguien ha pagado el oro al barquero por su nombre; y la muerte otra vez duerme en los remos que ya ha olvidado por causa de ese rostro en el espejo donde al fin se mira mirar y traza con el vaho de su aliento en el vidrio esas letras necesarias para ir enfocando cada día el esqueleto sobre esos colores que nunca son los que se esperan.

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