lunes, 4 de abril de 2011

El peso falso


A Manuel Gutiérrez Nájera

A veces, no soy más que un peso falso en las manos de un jugador o de un bebedor que no ha llegado al extremo de la vulgaridad, de perder esos centavos de humanidad que lo restituyen al mundo; y por ello duda en dejarme sobre la barra del bar -sabiendo mi falsía- para pagar esa última copa, la misma, la de siempre que se prolongará día tras día.

Hace bastante tiempo ya que tengo la misma pesadilla, el mismo temor, en el que ese borracho que me guarda me azota con toda su fuerza, con su enorme mano contra la barra y yo me quiebro, de a poquito; aunque tímidamente trato de que mi rostro siga serio, imponiendo respeto al cantinero, a las demás personas y a los otros pesos que no brillan como yo; pero por más que lucho en cubrir mi desnudez, por esconderme de esa realidad que va desmintiendo mi valor, no puedo, y paulatinamente veo mis vestiduras rasgadas, mi cara mutilada, descubriendo sólo el vacío. Al despertarme de ese horror, en la negrura del bolsillo o de la mano grasosa de mi dueño, compruebo una vez más que he librado el día, aunque los contornos de mi maquillaje poco a poco se van diluyendo y llegará una mañana, una tarde, una noche en que dejaré de ser un verdadero peso falso.

Pero yo sé que si no me ha azotado, ha sido por miedo o por piedad de verme deshecho. Me siento seguro cuando al fin me guarda en esa obscuridad de su pantalón, en esa noche tambaleante en que los dos, de cierta manera, nos sentimos perdonados, eximidos de pasar una vergüenza peor al de caminar por la cuerda de estas calles que parecen difuminarse entre los charcos que ha dejado la lluvia y la soledad.

A veces, sé que es una ingratitud de mi parte, pero me gustaría pagar algo, rodar, cambiarme a otros bolsos, ir de mano en mano, a la de una mujer quizá, sí, una que tenga las uñas rojas, dedos delgados, tacto fácil, de rasguño cadencioso y tierno; sin ese tacto áspero, sucio y sudoroso como el de mi dueño.

Mi sueño es imaginarme sobre una palma donde pueda empotrar mis contornos, ponerme de canto y rodar por la línea de su vida, de su destino, que me proteja de mí mismo, de mi condición de exiliado, de mentiroso y falso; que ante sus ojos, vea lo que no puedo aparentar, lo que no tengo, pero que ella descubrirá y por eso mismo no se atreverá a botarme para comprar unas galletas, un té o para pagar el pasaje de la micro.

No, ella quizá pueda ver en mí lo que yo no puedo, pero sé, de alguna forma lo intuyo que hay algo detrás de esta efigie, lo sé, algo que sigue durmiendo, aguardando esa mano perfumada por el baño del atardecer, ese paso que me llevará armonioso, pleno, como un sol a mediodía; y cuando me necesite, cuando la realidad sea demasiado para una vida y se requiera el ensueño, la imaginación para poder seguir soportándola, entonces allí estará su peso falso, el único que puede pagar la entrada a esos otros mundos.

2 comentarios:

  1. Hay que pensar en los tiempos modernos, hoy un peso verdadero es más falso que nunca: en tiempos de Gutiérrez Nájera al menos eran de plata y alcanzaban para muchas cosas. Hoy con ese peso no alcanza ni para la micro. Nadie te metería al bote por hacer uso de un peso falso. Por otra parte, a quién no le gustaría cambiar de bolsillo y de dueño, algunos sólo somos pesos falsos falsamente abandonados por los que parecen ser verdaderos.

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  2. jajaja, está de a peso tu comentario jejejeje

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