sábado, 21 de mayo de 2011

EL SUEÑO DEL DESEO


Es noche y quisiera sacudirme algunas ideas, pero tengo miedo de la verdad o de las posibles y maltrechas verdades que siempre son una mentira a medias, un simulacro del dolor, de la miseria de la vida que siempre nos toma de improviso. Porque seamos sinceros, quién puede hablar de verdades, de certezas, cuando el mismo tiempo, en el espejo, nos va desdibujando, nos niega un gesto y después otro y luego otro, y al final nos sorraja la manera de sonreír, la seguridad con que antes nos peinábamos con descuido, como por negligencia.

Veo en el vaso la gracia con que los hielos hunden su desnudez en las humedades del whisky, veo las huellas de mis dedos sobre el cristal como las de un fantasma que no puede dejar de tomar y sin que lo vea va bebiendo de mi mismo vaso; recuerdo el líquido fustigando mi garganta, pero hoy no, hoy no quema, hoy sólo es ese escozor en la lengua por querer decir algo, por el mero gusto de mentar, de abrir un sendero hacia las lágrimas.

Suena una canción en silencio; ahora, "el mariachi" de Bonifaz, el triste, el abandonado, el que estira una mano y no hay nadie que la tome y yo quisiera estrecharla, pero de qué le serviría mi mano, la miseria que quizá sólo yo me creo, hablo del de antes, no el de ahora que se mira desencantado de todo, que bebe, no para mitigar un dolor sino, por mera costumbre, la misma que tiene la sombra de nosotros, nuestro viejo traje de emperador.

Pero yo quería hablar de verdades o de esas mentiras que me creo como ciertas, que me funcionan y me conforman y ya son parte de mi piel y de lo que por pereza llamo alma, como suspirar por nadie, como enamorarme a lo idiota de una imagen que forma el agua de los sueños y que sólo basta un piquete de mosca, un rechinar de puertas, una luz para destruir el espejismo, la plenitud del amor; esa búsqueda que quizá sólo en el sueño y en la imaginación –tal vez- por fin se sacia; ese deseo que ha dejado de serlo porque ha alcanzado la totalidad en su irrealidad y desconoce por fortuna su soledad y la carencia de su nombre, porque como dice Cernuda: el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

Y la respuesta es lo que perdemos al despertar y tenemos que volver armar desde el principio, desde los huesos hasta que vuelva a encarnarse, hasta que tenga sed por buscar esa verdad, esa sinceridad que siempre es una máscara que se niega, que se pretende no tener o al menos se intenta quebrar; pero irremediablemente nos sostiene, nos mantiene a flote, sobreviviendo por encima de los espejos, del alcohol; a través de las incógnitas y los azares del sueño y del deseo.

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