viernes, 5 de octubre de 2012

ENSAYO DE INDECENCIA


Hoy necesito un cuerpo que no pregunte, que no sea una interrogación, ni su coño una empresa ganada con falsedades –de gestos o de palabras. Hoy no se me da el alarde cortés. En este momento, lo menos que tengo es paciencia y tiempo.
Verdades más, verdades menos, si no tiene nada que decirme, mejor. Si quiere verme como un objeto, sería un placer mutuo. Podríamos hacer un manifiesto de pujidos. Esa y no otra sería la única vanguardia que valdría la pena. Vamos, número uno: la pereza del espejo sólo se rompe con un ¡ay! bien centrado –o ya andando medio viciosillos: de los espejos. Número dos: el verdadero poema de aliento largo es el instante del orgasmo… Y así, punto por punto.
¡Ay, Isidora! Tú quedarías fuera de mi manifiesto. ¿Por qué de todas las personas del mundo, tenía que pensar en la menos puta? Hoy que no quiero trabajar un acostón te me escurres por el falo.
Digo, no se me tome a mal, es comprensible, mañana tengo examen y son cuatro horas y he leído hasta embrutecerme de generaciones, rasgos, poéticas y no poéticas, herramientas, recursos literarios y con muy poco consuelo de lo verdaderamente importante del asunto: la literatura. Tres pinches obras en dos semanas se me hicieron muy poco, necesito ahogarme de realidad, de esa realidad donde tú, Isidora, me las das.
Aunque de pinches, nada, que han sido verdaderas joyas. ¿Sus personajes? Algunos ciertamente son muy pinches: el buldero del Lazarillo, por ejemplo; pero jamás el ciego, ese cabrón sabe cómo romper un jarrito. ¿Y si tú y yo lo rompemos, Isidora? O la puta de Areúsa, si no fuera tan puta, aunque dicho sea de paso, me serviría más que tú, al menos sería “más servicial”. Sin embargo, sé que Elicia me favorecería más que su prima, digo, hay de calenturas a calenturas. Pero esa descripción del cuerpecito de Areúsa… Por un momento te fui infiel Isidora, pero ya sabes, como dice don Juan, el del supuesto Tirso, no el del otro pendejo: sabes cual es mi condición Isidora, ni te enojes ni te me espantes.
Ahora que del 98, nada. Pinche claridad enfermiza, pinche búsqueda del ser y de España. Dónde tenían el alma esos cabrones. En Madrid no, eso seguro, que de patio de vecindad y lupanar y maquillaje después de la fiesta no la bajaban. Además, eso de que la cultura interfiera en la política de mierda, me hace llorar. Otro ideal roto.
Y me sale el 132 rascándome los huevos y el Che, que últimamente cómo me caga y no por él, sino por tanto pendejito que lo trae de su putita. Y allí, en medio, siempre el Quijote. Cuánto me dueles cuando en todo sales sobado, cuando eres estandarte de toda revolución –está demás decir utópica, como todo lo que sale últimamente de la juventud y de ti.
Sí, tengo el pesimismo de Unamuno, sin esa fe en la vida que tenía él y todos sus “compas”. Ahorita me gustaría escribir como Azorín, sé que no tiene nada que ver con lo que estoy escribiendo, pero chingá, es mi blog y ahorita quisiera escribir como él.
Pero, regresemos, mi estimado Loco, yo que te veía como una roca y una soledad. Mírate, gritando y discurriendo mejor que tanta mentada de madre y pinta y plantón. ¿Por qué eres modelo en todo tiempo y lugar? ¿Qué aires formaron tu locura? ¿En cuál paisaje se lustró tu bacía? ¿En qué guacalito tu Dulcinea se empezó a parecer a mi Isidora?
Me queda el consuelo que la ignorancia de esta generación y de la mayoría de las del veinte y veintiuno te hayan olvidado. La cultura hoy es un pretexto, una pose, un buscar una cita pendejita y hacer de ella un discurso vacío. ¿Dónde la raíz? Se presume de la rama y ésta anda sin flores y los otros cabrones –esos los de “arriba”– que ni árbol ni raíz, saben mutilar todas las cabezas de la Hydra.
Isidora, ves, la falta de tus senos me hace decir pendejada y media y llevarles la contra veladamente a mis amigos, mejor pertrechados que yo para creer en un mundo habitable y en el que tú, probablemente, seas parte de la comuna y yo un rojillo ferviente.
Apaga mi razón y límpiame de tanta sal y vinagre que se me escurre en este presente y en esta noche. Núblame, humedece el pico de mi neblí. Sólo tú, Isidora –y ya empecé con la retórica barata– tienes el vello más dulce y rubio para alimentar a todos los perros de mi boca. Te amo Isidora, Isidora, la menos, ¡qué desgracia!, puta de todas. 

1 comentario:

  1. ¡Humedece el pico de mi neblí!! Eso es todo, mi amargo Calisto, Calisto libresco, Calisto que construye sus propias altas paredes para caerse de ellas. ¡132 Isadoras-Dulcineas te lleven, don Juan del árido neblí, lazarillo de ciegos intelectuales a los que amargan tus descorteses razones, bellaco, malandrín, de fementida canalla!

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