viernes, 16 de noviembre de 2012

COLOR, MEDIAS, MUSLOS, NOCHE



Es seguro que mire tus piernas, particularmente tus muslos. Sí, sí, también tu cara y tu boca –eres hermosa, a qué tanta vanidad de tu parte–, pero esta noche, si pudiera, haría una tesis sobre tus pierrrrr-nassss. Si algo me atrae de una mujer a primera vista es su culo y sus muslos, quién te manda…
Al menos nadie podría decir que no me dedicaría de tiempo completo a mi campo de estudio. A pulso, y vaya que lo tengo acelerado, me ganaría una beca. Ya me imagino los adelantos cada fin de semestre, ese ahondar en mi tema de estudio, ese querer compenetrarme con cada letra de ti, con cada diente tuyo que se me clava en la locura, en el ansia de ti, en el dolor de saberte cada vez más mía y cada vez más próxima a perderte, porque digo, una tesis no es para siempre.
¡Qué gozoso sería ir milímetro a milímetro escribiéndome en ti! Citándome en tu cuerpo y en tus pies, marcando con mi saliva pequeñas didascalias para guiar al deseo, improvisar un párrafo de miradas con la urgencia de retomarte noche a noche hasta terminar contigo, hasta acabarte y acabarme prensado en tus piernas.
Soñarte, padecerte, insomne ante el filo de tu entrepierna, ante las miles de cuartillas que mi aliento guarda sobre tu boca y que quizá sólo un ciento hablen de este bogar nocturno, de ese saberte entera hasta en esos límites en que te desdibujas, en que tus fronteras no son más tuyas ni mías, sino del pasado, siempre del pasado, porque nunca somos, ni seremos. Fuimos, siempre fuimos ahora y para siempre.
Vigilia y sueño recorriéndote, una y otra vez hasta dejarte acabada y yo satisfecho y triste de haberme entregado a ti. Pero sabiéndote entera, mía, pero ya ausente, ya doliendo y dando nueva forma al azar o su sinónimo: la vida. Ya hecha a mí, tú, pero autónoma, viva, enseñando a alguien más que la literatura es un juego de palabras para conjurar un cuerpo, aunque éste en apariencia sean dos o sólo tú en la soledad de mi lujuria.
Los mayores descubrimientos se dan por torpeza; y en mi caso todo comenzó con un pantalón de mezclilla y un examen, aunque sinceramente me gustas más cuando usas medias de colores; a veces soy como un niño, qué quieres. Además, últimamente he llegado tarde a todos los arcoíris del mundo y verte caminar, ver tus muslos domar y teñir la tarde es recuperar un poco el día y el tiempo perdido.
Me gusta verte en movimiento, caminar al lado tuyo, aunque sólo te vea pasar. No creas, en esa banca donde tomo mi café yo voy contigo, me desgarro a lo Petrarca y José Alfredo para poseer la elasticidad y el río de tu cuerpo.
Entiéndeme, necesito fijarte, encarnarte a mi memoria, hacerte andar hacia mí con toda esa jauría de demonios que conforman tu cuerpo, sobre todo en esas horas de necesidad, que en este clima y con la soledad que me cargo últimamente son casi todas las del día, las de ahora, por ejemplo, vestidas de saco azul y suéter rojo.
Una de las formas con que he intentado evocarte es por medio de la música, pero aún no encajas en un ritmo determinado. La voluptuosidad de tu cuerpo ciertamente me predispone a la orgía de tonos, pero en ti no encuentro pompas ni soberbia; sin embargo tumbas el árbol de la tarde y enciendes en mi piel el vuelo del crepúsculo.
Vaya, es difícil de explicar, eres como un longplay que llena los sentidos, que los hace conscientes de su carnalidad, pero también de la necesidad de ser tiempo, de ser principio y fin, anchura y distancia. En ti la prisa se parte y se clava sus propias manecillas, no puede ser de otro modo, al menos para mí, nunca ha sido de otra manera.
Porque digo, si fuera alma, ¿cuál sería el sentido de tu cuerpo o de la rotundidad de tus muslos? ¿Cuál el de mis pantalones enredados entre mis piernas buscando dentro de las palabras el conjuro de tu carne, el de tu voz quizá más tierna, pero más acabada, más tú, más juego, más niña?
Al alma lo que es del alma y al cuerpo lo que es del cuerpo. Quizá se mezclen o quizá la piel es el vestido o el cuerpo del propio espíritu. ¿Quién lo sabe? Además, ¿a quién le importa si de pronto en picada siento la mordedura de la sangre en mi entrepierna y la noche se abre y tiene tus medias y tú llegas con los muslos desnudos a recoger tus colores que yo he robado para mí intentando chantajearte con… y quizá…?
Son las once y cacho de la noche, tres cervezas es demasiado poco para ahogar el deseo o para olvidarte o anestesiarme en un sueño sin sueño. Ni a barco ni a ebrio, ¡qué diría Rimbaud! Lo que yo me digo es demasiado para decirlo con tan poco alcohol. Siguen siendo las once y cacho de la noche, sigues siendo las once y cacho de la noche, sigo siendo y es noche, noche, noche...

1 comentario:

  1. Quizá sean éstas las 864 palabras más provocadoras que he leído en este blog. Qué decir! Está la declaración de tu poética personal (si dieras un taller, quizá tuvieras seguidores malos): "la literatura es un juego de palabras para conjurar un cuerpo". La afirmación cobra sentido cuando recuerdo la ya famosa enumeración de tus tres prioridades vitales, que en honor a la privacidad, silencio. Entre leer este texto y una oración o un conjuro creo que hay poca distancia; de verdad sentí que se me aparecía y que la veía pasar frente a mí, tan carnal que se puede tocar (no hablemos de prohibición social) y a la vez tan evanescente como una idea, de esas ideas que acaban por volverse entradas de blog.

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