viernes, 15 de febrero de 2013

CITAZAR



Pero yo tengo la culpa, ¿quién me manda a desear verla? Porque de otra manera el equilibrio hubiera permanecido como siempre. Al día siguiente, en la noche, entre penumbras y con una facultad semivacía su sonrisa sería toda mía. En cambio, por soñar demasiado, por poner mi mente en ese encuentro, ¡pum!

Esto lo menciono porque de un tiempo para acá tengo la certeza de que la Facultad está embrujada, deseo algo y de repente, delante de mí, allí está. Aunque la mayoría de las veces el cumplimiento se da de una forma si no ridícula, al menos anormal. Por ejemplo, en esta ocasión de buenas a primeras me entraron unas ganas enormes de ir al baño. Por lo regular siempre voy al de la biblioteca, pero esta vez, no sé por qué, decidí ir al que está dentro del edificio principal; y allí, de tanto querer verla, que se me aparece, como si me aguardase. Bueno, no exactamente de ese modo porque puso una cara de susto, digo de sorpresa; finalmente yo escribo esto y tampoco me voy a quemar.

La verdad, en su defensa, debo de decir que no soy muy agraciado, y aunado al hecho de que nunca me había visto sin barba el efecto fue mayúsculo. La entiendo, no es la primera que se asusta, ni el primero. El perro del vecino que es un perrote (perdonen que no les hable de razas, la verdad ignoro totalmente el tema)  me tiene miedo. No sé por qué, siempre que me ve se enconcha, mete la cola entre sus patitas dobladas, baja las orejas y empieza a gemir muy quedito como si lo acabaran de sacar de una tina de agua helada o lo hubieran agarrado a palos. Yo por más que le sonrío o lo trato de acariciar, nada, sale despavorido. La vecina me ve horrible, con asco, ni siquiera me responde el saludo, de seguro piensa que algo le habré hecho a su peludo, pero qué le podría hacer al pobre de Lobo.

Bueno, pues lo mismo me pasó con mi novia. Estaba con una de sus amigas y ésta al verme la miró como diciendo: ¿de verdad?, ¿éste?, parece mono. Yo me hice el tonto y como que no escuché, mientras miraba para otro lado, digo, no quería que me viera de frente y con tanta luz, así, así al tiro pues sí espanto. Pero, ¿quién no se sobresalta ante lo inesperado?

Además, quizá mi novia nunca me ha visto bien y las palabras de su amiga podrían desatar la catástrofe, incitándola a que me viera como la cruda realidad me había hecho o, mejor dicho, contrahecho; y no como veladamente le había dicho que era en realidad –las palabras enmascaran un poco tanta fealdad o al menos la hacen más dócil.

Con tal que los minutos que pasamos con su amiga se me hicieron eternos, quizá fue menos de uno. Siempre me ha dado miedo estar con los amigos de alguien que me gusta o que anda conmigo, porque pienso que siempre están juzgando, aunque no lo hagan. Siento que me miran y empiezan a formular una idea de mi carácter u observan cómo me comporto para determinar mi personalidad. Lo peor es que cuando estoy en una situación así, siempre me pongo muy nervioso y nunca puedo actuar como realmente soy, porque de verdad, lo juro, soy una finísima persona. Pero no, a sus ojos termino siendo un mamón, por decir lo menos, porque las palabras de repente desaparecen y mi cuerpo parece que no fuera mi cuerpo porque se pone tieso, incómodo.  Entonces es allí donde se empiezan a encarnizar, buscan el punto o los puntos flacos de uno, los defectos más nimios para hacerlos insalvables, obscenos. Me han dicho misógino porque prefiero el pelo largo en una mujer, es un fetiche que tengo; digo, tanto leer a Baudelaire tiene sus consecuencias, además tampoco las obligo a dejárselo largo, sólo menciono mi gusto por la cabellera larga si me lo preguntan; también he pasado por ser un ogro, un freaky, un burlon, un intolerante, un amargado, un idiota, un analfabeta, un mi-rey, un hipster, puts…

En el breve tiempo en que salgo con sus amigos, y que yo siento que es interminable, ya tienen el veredicto definitivo sobre mí y que es imposible de escuchar, sólo padecer; pues le será dicho en total confidencialidad a la dueña de nuestras quincenas –bueno, para los que trabajan–.

Salir con sus amigos es ser un condenado sin derechos, no hay abogado y ni siquiera nosotros podemos defendernos, porque ni sabemos de qué se nos acusará. Para que quede en actas, una vez me enteré –y eso de una manera muy azarosa– que fulanita había decidido terminarme por mi alergia al polvo, porque siempre me ando sonando y para ella era demasiado desagradable andar con un –cito textual–: “moco viviente”. Aunque la ruptura vino después de que salimos con sus amigos.

Pero bueno, después del primer juicio que no sé si pasé o no, la acompañé a su salón de clases y allí el mundo se terminó al aproximarme a ella. Centímetro a centímetro, al irme viendo en las ágatas de sus ojos y al ir su cintura succionando mis dedos, comenzó la finisterre. El tiempo, aunque fue abolido por los trabajos de nuestras bocas, retornó en un segundo y adelantó todos los relojes del mundo, los susurros –que no les diré lo que traían, porque ultimadamente, qué les importa– fueron desvaneciéndose, hasta que la premura en todo lo que nos rodeaba era la señal que el término –cual vil Cenicienta– de la cita había concluido. Me fui corriendo a mi clase y todo transcurrió más lento, pesado, necesitaba aire, su aire, pero en vano, me esperaban dos horas inmensas y yo confinado a un cuerpo que no quería responderme, que sólo dejaba el grifo abierto de la mente para torturarme en pasadas presencias y con la vejiga hinchada, presencia sin pasado, que hacía aún más lentos los minutos, pues, como supondrán, no fui al baño en mi encuentro.

Al salir fui corriendo y de regreso nuevamente la encontré, pero nadie es feliz dos veces, al verme la noté incómoda, yo no sabía si desaparecer o no. La verdad, privó en mí el egoísmo y se tuvo que aguantar, quería estar con ella, así que caminó conmigo por todo el pasillo de la Facultad. La sensación era algo asfixiante en ella, su andar, nervioso, su sonrisa si no forzada, al menos no era ese manantial de luz de hace unas horas. La Facultad se empezó a hacer más y más diminuta, ella veía mares de gentes contra nosotros, la observaban, cuchicheaban sobre nosotros, se empezaba a ahogar, le di algunos besos para tratar de volver a nuestro propio mundo, pero su boca estaba cerrada a cal y a canto. Con tal que apuró o apuramos, o alguien superior a nosotros lo apuró, el paso y llegamos en un santiamén al Ágora. Allí hizo un supremo esfuerzo en tomarme la mano –porque finalmente me quiere, digo andar con un peluche viviente por la universidad dice demasiado de ella–, escuché las bisagras de sus brazos rechinar hacia mí, estaba como acartonada, era un émulo de ese robot flacucho y dorado en aquellas películas de Starwars, por mi parte yo era ese perro peludo enorme –bueno, no tanto, la verdad soy bastante chaparro– que aparece en la misma película: Chubaca. Traté de probar suerte con mi boca pero sus ojos permanecían abiertos, buscaban una salida, un modo de huir, yo chupé mis pómulos para ocultar un poco mis cachetes a ver si así lograba que se sintiera mejor, pero era inútil, por más que trataba ella sentía sobre su cuerpo todas las miradas del mundo: sus amigas, sus exnovios, sus padres, sus hermanos, Johnny Deep, la del tipo que le hacía de superman adolecente, Muciño, Garrido, Bob Esponja… Con tal que ante esas apariciones, me vi vencido y lo mejor fue despedirme dignamente. Le di un beso, recatado, sin lengua y sin babita –y vieran lo difícil que fue– y me dirigí a la salida completamente erguido, pensando que al final las dádivas otorgadas por gracia de una divinidad siempre se pagan de una manera u otra.

1 comentario:

  1. Tengo cierta sospecha de que esta entrada tuvo algo que ver con la ingesta de elevadas cantidades de té, con el cambio de costumbres que llevan a uno a baños que no son habituales. Es una entrada extraña, como el embrujo de la facultad.

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