domingo, 28 de abril de 2013

PIÉLAGOPLAGIO


a V. M. G. M


Y me acuerdo que el amor era una blanda furia... Sí, lo sé, un Alatristaso; pero no me pude resistir a pasar esos versos como míos. Total, yo me los sé de memoria, me salen como si fueran parte de mi cuerpo, de mi digestión, como si fuera un pensamiento propio, mío y sólo mío, amada; no destruyas mi cuerpo malherido, malformado, mal distribuido. Dejen furias y cuervos mi hígado en paz, que se corrompa en paz esta carroña, que sean los años que vayan mordiéndolo suavemente hasta que nada quede, que sea una luz que lentamente expire, no quiero ser algo muy luminoso que se pierde. Morir como un recuerdo, lentamente como el dolor la mujer o la vida pegados al cuerpo hasta que los confundamos como algo nuestro,  hasta fundirlos a nosotros y todo, yo mismo sea la medida de mi dolor.

            Putillas hoy no quiero acompañarlas, váyanse solas al diablo y déjenme sin su rubor que bastante hielo tengo en el esqueleto. Yo no sirvo de compañía, si acaso soy una piedra pequeña que no sirve ni para ser piedra de mi casa ni para carbón de una hoguera. Yo soy como tú, sí como tú que me lees y piensas en el fraude que eres. En que tus palabras no son tuyas, al igual que éstas no son mías. Pienso y piensas por un otro, por aquel que mira el mundo y que te busca en el suicidio del pronombre, esa globalización que llegó tan temprano, que nació rota, enferma, sin zumo y a pesar de todo sigue, da su fruto y éstos estérilmente se reproducen; sin verbo y por ende sin un principio al cual girar para entenderse, para saber qué es, qué somos. Sin verbo no hay mundo y sin mundo no hay carne y sin carne pa qué tanto diente y deseo, para qué tus caderas sobre mí besando mi cóccix.

            Para qué Ismael –tan bíblico tú- ponernos el menos gastado de nuestros dos trajes, para qué –José Luis, carpinterito de palabras- sufrir y aguantar el zarpazo de la soledad si ella…; sí, tú, dulce susurrar de abejas, bruja del Tajín, verde corazón de verano y cerro reverdecido, para qué si no vendrás ahora. Porque nadie ha logrado materializar una invocación. Yo podría mencionar tu nombre porque no te quiero desasida del mundo, te quiero a ti y te quiero mía, alcohol de mi boca, alcohol que me enlenguas el pensamiento, alcohol de mi desnudez.

            Pero hoy con el plagio a flor de verdad, a papel quitado te digo que sufro, que no es posible tanto moho en los ángulos de mi cuerpo. Mientras me quede voz yo diré, hermano, huérfano, hombre sin fe, desterrado del paraíso, que tú también sufres y que no es justo, que nadie se merece el sufrimiento. Y me agito como un árbol colérico que entra y sale de mí y me lleva de la mano a ser tu esclavo mejor cuando me hieres, yo mismo, mi hermano, tú, mi semejante.

Pero entonces sólo basta una palabra tuya para sanar mi alma y para caer y perderme y vencerme y vencerme en tus dulces prendas y reencontrarte y reencontrarme en ellas, en mi saliva escurriendo en la tela, en el encaje de tu juventud… y recuerdo, memento del alma dormida, desposorio del vino y el agua en tu pubis donde emerjo más mío, mitad frío y mitad pez sobre tus muslos; y te digo: por qué no, por qué no, dulce amor de mi antojo. Ángel por cuyo sueño desvarío.

Y sí, los dos lo sabemos. Llevo dos días sin coger y ya no me aguanto de tan triste, ya el marcial acento de mi paso se licua en ese largo pasillo de ausencias donde mi imagen es un espejo quebrado, dividido y en el fondo una estatua sonríe a lo fin de siglo, a lo diecinueve degollada.

            Miro a mi alrededor y sólo está ese espejo y me veo y sólo un eco de oscuras golondrinas que se empecinan en volver a chocar contra mi ventana y otra vez y otra y otra con el ala en el cristal rabiosas llaman, pero aquellas, ay de aquellas que vieron… Direlo, pues un sueño fue –ni tanto, pero por pudor diremos sueño- que te gozaba. Ay, Floralba y yo de otoño te ando desflorando. Y allí entre el maizal de la cama labriego de tu vientre o sapo negro con dos alas, yo pecador a orillas de tus senos envidio la justeza de tu sueño.

            Quisiera cantarle a mi amor, pero no tengo voz o era Booz. Era, porque lo nuestro es pasar como caminos, somos ríos que van a dar en la mar que es y no es y somos porque aún hay que exprimir más, hacer chillar a las putas palabras, hay que dar un rodeo antes de volver siempre, porque si no ¿cómo serías la forma de mi deseo?, ¿cómo esa arcilla que ya era antes que flores y frutos y que hormigas y que no sé cuánto carajo más sería? Pero eras porque yo estaba allí entonces; y había un nosotros, dos nombres, ciudad puesta a secar, plaza al mediodía, cine que apretaba mi tacto a tus piernas antes de llevarte a una habitación y hacértelo por cuatro meses seguidos, sin descanso, perpetuo péndulo de nuestro deseo. 

Cuántas estaciones han pasado. Alguien se encierra en la habitación ahora y escribe nuestra historia. Alguien, traza en el papel: y luego ella se elevó al cielo y le estiró su corazón en un vasito con agua. Él desde su pilar, desde su soledad profunda de eremita descreído estiró su brazo hacia aquella mano y un relámpago le recorrió los huesos. Tomó el vaso y se bebió su corazón y el pilar se empezó a resquebrajar y desde abajo ella se abrió la blusa y le enseñó los senos y dos cicatrices o dos pezones fueron retornándolo al tiempo. Cayó el viejo y su barba se esparció en el suelo. Sus labios estaban húmedos aún, todo su cuerpo se desmembraba ante los latidos de aquel corazón que se iba encarnando a su organismo. Ella le acercó su aliento y de pronto se cubrió los pechos por pudor. Un árbol como manzana mordida rodaba junto a ellos. El sol estaba en lo alto, dolía de tanta furia. Los miró. Ella se apenó y le dijo al eremita: no te fijéis si soy algo morena porque mirome primero el sol; luego, se hizo la luz…

domingo, 21 de abril de 2013

UNIVERSITATA



Con este tipo de letra pienso que cualquier cosa que escriba será literatura, en particular un cuento. Porque es una fuente muy inglesa, muy correcta, de líneas elegantes y serias, de letras que siempre llegan a tiempo; de tinta bien medida y entallada.

En una letra así el texto adquiere una dignidad que con otra sería imposible, pues ya va cargada de tiempo, de antigüedad y la historia da prestigio, hace que lo que uno escriba forme parte de ese tipo de textos que aparecían impresos en los periódicos decimonónicos o en aquellos libros infantiles ilustrados cuyas historias aún perviven y fructifican en ciertos sótanos y buhardillas de nuestra memoria.

Claro que para hacerle honor tendría que empezar con un: Había una vez un hombre que todo lo que escribía era una lista interminable de aburrimiento, hasta que en el año del señor dos mil trece en el mes cuarto del día veinte con el poder de la tipografía Baskerville Old Face comenzó a urdir una historia de ocio sin ejemplaridad y mucho menos ingenio. Lo suyo era un entretenimiento de horas muertas, de moco endurecido o pelusa de ombligo entre los dedos distraídos. Su protagonista era un joven –ya no tanto, de hecho– peludo que todas las mañanas, después de romper el sortilegio del sueño y quebrar el estruendo del infrahumano rugido del despertador que lo retorna al brasero de su cama y a sus desnudeces –pues esta historia acontece en un país donde todo el año es un infiernillo– y a la idea fija de la empresa que lo obliga a salir todos los días de su hogar y pelear con los endriagos que gobiernan la ruta dos del microbús y después ahogarse en el Tufo Tremebundo que habita bajo tierra dentro de la panza de la Gran Larva Naranja –¡oh, salve, Gran Larva Naranja!–, que en una hora –más o menos– su digestión lo expulsa desgarbadamente en un lugar aún más tremebundo como a muchos otros personajes que en ese momento lo acompañan y que van o el Bosque Trabajo o a las Catacumbas o Solar Herida Escolar–. Así, nuestro héroe después de bregar en el mar de calamidades e injusticias que su sino –y el régimen– le impone, llegó al fin a los ribazos de su destino: la gran fortaleza, la prisión del conocimiento, el yugo del saber, a la Universitata Naciorum Autoutópicum Malevomaglia, al zoológico letrado que entre balidos, rugidos y mugidos –dominando sobre todo estos últimos– lo recibían como a un compañero más. La divisó desde la altura en que lo había depositado el último Lentiturius Verdis Bio –quizá por ello más caro en poder domarlo y más difícil de poder desasirse de él, pues sólo hay una forma de bajarse y siempre de los siempres es por atrás–.

Un vértigo que se empozaba en su estómago –y sabía que natura nada tenía que ver con él– le advertía de las horas y el hambre que pasaría allí; pero nuestro héroe, necio y peludo, aunque se sabía preso del hechizo del orinón que lo  hacía, siempre que estuviera cerca de la Universitata Naciorum Autoutópicum Malevomaglia, ir sin tregua, día a día desde que entró en las fauces de aquella ilustración deslustrada, al mingitorio como si debiera entregar parte de su caudal para entrar y acrecentar esas aguas del conocimiento, que sólo, irredentamente e irónicamente, le hacían más patente el estado de desahucio intelectual en el que se encontraba.

Pero ya ando adelantando vísperas y aún el camino que le quedaba por andar era largo. A su mano derecha tenía el Estadium de la Sordïda Calamidá que a esas horas se encontraba, para su consuelo, dormido, pero ¡ay de aquel que los fines de semanas, pasado el mediodía estuviere por allí!, pues podría ser consumido por las hordas, que por un hechizo que no me es dable conocer, hace de estas mismas unos seres sin voluntad, guiados por el capricho de la gran esfera, que a decir verdad, ni tan grande, ni tan esfera, pero la siguen de un lado al otro mientras unos monos sufren el suplicio de patearla sin descanso por más de una hora.

Frente a él tenía el Pantano Enaniuns, que era llamado así porque no era tan largo ni tan ancho, pero era traicionero, siglos y siglos el pantano se alimenta de las suelas de zapatos y de los pantalones mal bastillados que han cruzado por allí. Se dice que de esta fosa nació el hombre del fango; y algo habrá de razón en ello, pues después de las ocho de la noche nadie, y cuando digo nadie es nadie, se atreve a cruzarlo ni de ida ni de vuelta.

Después de tomar valor, nuestro héroe –que en el pelambre erizado se le notaba que su valentía mermaba– atravesó a paso veloz, pero seguro el pantano, sin embargo no pudo escapar de las huellas de la batalla; partes de aquel foso inmemorial iban pegadas a su calzado, dejando por donde pasaba el rastro no sólo de su aventura, sino de la marca que lo perseguiría por todo la Universitata Naciorum Autoutópicum Malevomaglia.

Cansado, con un mareo de mar agitado, de borrachera negra caminó “enfermo y peregrino” hasta los lindes del puente. El mar de metal atronaba su enorme peso sobre él, que abriendo y cerrando los ojos trataba de encontrar un centro ante tanto caos, de aferrarse a algún punto de apoyo –más en su interior que su exterior–, pero era inútil, la violencia del ruido no cesaba, le mordía el equilibrio y las horas avanzaban y avanzaban; y si no llegaba a tiempo temía que la puerta de aquel universo ilusorio, “espejismo de sus sentidos” pero tan real como él mismo, pudiera, de un momento a otro, desaparecer.

Así que, con la poca valía que le quedaba, fue engarzando sus manos al barandal lleno de criaturas invisibles totalmente dañinas para su espíritu, pero que sabía de su existencia pues le abrían o le hinchaban el estómago o convertían su sangre en una especie de líquido espeso que bajaba por sus fosas nasales y lo hacían sentir débil y le enrojecían la nariz a tal grado que algunas veces temía por su vida, pues le daba un inmenso frío en todo el cuerpo a pesar de que si alguien lo tocaba hervía como esos potajes que surtían efectos similares en la población de la Universitata… que comía en el malhadado Pasilium de la Amibums…




sábado, 13 de abril de 2013

EXPRESIONES EN FUGA

                                                                                                          A Bernardo Ortiz de Montellano



En mí nada se salva, en algún punto todo se quiebra, se va desgajando. Algo, como una hoz o una zarpa, va amputándome la sensibilidad de cada músculo, corta los tendones de mis sentidos y me deja como muñeco de trapo, como una mancha de sombra, como una noche larga o insomne desnucada sobre una escalera.
De tanto quemarme he dejado de arder. El gusto se me escapa de la boca; el oído, a pesar de ser un grifo abierto, está oxidado y seco. Ya no hay rapto, ni cuello largo ni hombros desnudos ni muslos que lubriquen el mecanismo de la verga. Rey que se muere en el trono de su carne, madera vieja ajada, triste de inviernos.
Todo estalla en un segundo y en un segundo no queda huella de nada. Sí, es verdad, hacia fuera el tiempo, la velocidad sigue, mi cuerpo continúa moviéndose. Respiro. Los ojos miran desde su pecera el mundo, pero no puedo asirme a nada, no tengo un presente, al menos me gustaría tener un cúmulo de memorias descabaladas.
Soy un vaso de cristal sangrando, agua que no sacia su propia sed. Sin cauce y sin forma los pensamientos caen de un décimo piso, veo los últimos estertores de la infancia, del paraíso, de la imaginación. No hay pliegues, ni siquiera los de una mortaja que desciendan sobre mi carne. El polvo duerme sobre la alacena, nada muere y todo ha llegado a su fin o quizá soy yo, mi casa, mi habitación y sus soledades.
La mina se ha cerrado, el derrumbe ha ensordecido sus despeñaderos y sin embargo, presiento que los pájaros siguen diluyéndose en las frondas de los árboles, el pasto continúa creciendo, se estira, busca una selva de lluvia y una luna, dos amantes desgarrados en su premura, en su ansia de muerte.
Un campo minado que piso metódicamente me susurra al oído. Estalla, estallo, reviento, siento la fuerza telúrica de la agonía, el rugido del instinto, del terror, la carne vuela en mil pedazos. La calle sufre la arcada que ya sube por mi garganta, un espasmo en el silencio, otro derrumbe fuera de mí es aplastado por el paso apresurado de tacones y de horarios fijos.
Una estrella estalla y nadie la ve. Estoy solo en la fila dieciocho mil en este funeral de cometas. Tengo la boca llena de sal y nadie voltea a mirarme, tengo sed, demasiada, la lengua se me cae a pedazos, se agita en el hervidero del suelo como un pez fuera del agua. No puedo llorar, mis ojos son dos terrones de vinagre huecos, dos bocas abriéndose y cerrándose buscando agua, el mar, el auxilio del sueño.
Un siglo solo, un segundo en que dejo de pertenecer al mundo y soy todo hacia dentro, una luz negra que se devora en nostalgias: “arder como la vela y consumirse”, para después “entre llamas arder sin encenderme” Pero por qué el fuego sobre mí, por qué de repente soy una roca salina derritiéndose, negra, carcomiendo milímetro a milímetro los hornos de mi sangre y del reposo. Aúllo y no aparece la noche, el pelo se me cae de repente y no me reconozco.
Grito, nadie escucha. Grito, las personas a mi alrededor se empiezan a arrancar las orejas y corren. Huyen del loco que abre tanto su quijada que empieza a sangrar por las comisuras de los labios. La sangre es una serpiente, dos, tres, cuatro, mil: la Gorgona y su veneno; la hydra y su amor; la sangre es  al fin la noche y la puñalada decisiva de la tarde, el filo brilla en la última cuchillada pariendo el crepúsculo y sus bestias. Cierro la boca.
He llegado a un puente y he quedado solo, a un lado el suicidio, puedo contar tres pasos, la velocidad de su caída, la desesperación de sus ojos, su mano que se estira hacia la mía que mantengo en los bolsillos del abrigo. Quisiera ayudarlo, pero no hay salidas aquí, la pintura donde estamos trazados no muestra la profundidad de la caída ni el vacío del grito, sólo el horror de los ojos y de la boca. Sólo el terror ante una mina derruida que no quiero ver, que me niego a ver pues allí sigo sepultado, ignorando el grito de mi propia muerte.

sábado, 6 de abril de 2013

¿JUGAMOS?



He estado revisando mi blog de vez en cuando, porque hay días en que uno se pregunta por qué y para qué uno hace lo que hace y sobre todo si, como yo, lleva más de tres años haciéndolo. Me di cuenta que entre la soledad y el amor se ha ido articulando mi escritura, al menos en Vagalia. Pero estas dos obsesiones están ligadas a una pregunta: ¿quién soy? Tú que me lees, que quizá sea yo mismo al revisar de nuevo este párrafo: ¿sabes quién eres? ¿Las decisiones que tomas, realmente las tomas tú?

La falta de identidad o de una multiplicidad de ellas –que es la otra cara de no poseer una– que tratan de equilibrar, de darle peso y armonía a esto que soy me ha perseguido a lo largo de los años: sombras, espejos, laberintos, vicios, deseos o sueños; no son más que objetos purgativos para mí, herramientas que permiten buscarme.

El riesgo es grande, pues por más que he tratado de salir de ellos, de alejarme para siempre de mis obsesiones, he quedado encerrado en ellas, en mis propios medios de exorcismo. La escritura, sépanlo bien, no libera, ata. Primero te lame los genitales para después arrancártelos lentamente. Las palabras le dan voz al dolor, lo matizan, lo encarnan fieramente a nosotros.

Aunque, no cabe duda que sea normal no saber quiénes somos, al menos quiero creer que es así y más en los tiempos en que vivimos. Nociones como país o patriotismo son endémicamente sostenidas por la televisión o el futbol o por la enajenación religiosa y, en menor medida –pues la educación en el país es casi nula– por los centros educativos –aunque la enajenación que inoculan estos es quizá más fiera que la de los medios de comunicación–. Nosotros somos más o menos felices por las cosas que compramos y por la manera en que nos vemos. Por supuesto, que en charlas oficiales o de cierto cariz “formal”, lo negaremos. Claro, tenemos que ser rebeldes ante quien nos dice tales barbaridades. Pero en el fondo queremos lo mismo que cualquiera, estudiemos ingeniería o cualquier carrera de humanidades –sí, por supuesto que incluyo pedagogía–.

Somos el siglo que todo lo fabrica o hace en serie: cogemos de la manera en que hemos visto en la televisión, amamos con el mismo discurso que las telenovelas nos escriben y del que renegamos conscientemente. Porque ahora todos somos lectores, aunque nada más leamos las porquerías de Sabines y Benedetti –y sí, me sé de memoria varios poemas de ellos–.  Somos más sanos porque todos son más sanos. Respetamos a los animales y los adoptamos como lo hacen todos –sobre todo los de la Roma–. Usamos ropa entallada y lentes de pasta y tenemos una Tablet o una Apple. Odiamos las corridas de toros, porque vaya, cómo no odiar tanto salvajismo, pero jamás hemos leído a Lorca y ese venablo que son las cinco de la tarde que, al menos para mí,  justificaría la fiesta brava. Pues este tipo de poemas la trascienden, la hacen eterna en cierta medida. A un negro no le decimos negro; a un homosexual no le decimos puto porque es racista. En pocas palabras nos cuidamos de pendejadas, de herir susceptibilidades que nosotros mismos, culturalmente hemos ido creando.

Ser políticamente correctos nos hace más pusilánimes, miedosos de decir lo que queremos decir y además nos envuelve en un doble discurso, enmascara nuestra realidad, pues amordaza lo que realmente pensamos de las cosas. Aunque de muchas de ellas no tenemos consciencia, no sabemos cómo sopesarlas, pensarlas, pues nos guiamos por el gusto de los demás, por lo que los otros digan. Yo por eso leo a García Márquez y a Bolaño, y consumo productos 100% orgánicos.

Estoy tan alienado como cualquier otro; porque la cultura también es una alienación impuesta por la tradición de la cual bebamos, por lo que otros nos han dicho que es la cultura, la intelectualidad. Aceptar este hecho es aceptar nuestro lugar en el mundo. Es, en la carrera de Letras Hispánicas, conocer a Cervantes, porque vaya, cualquiera que sea de letras debe de conocer El Quijote… Sí, lo he leído, y sí, más de una vez y sí, me encanta, pero eso no me hace diferente a las personas con quienes hablo; al contrario, me hace ser parte de lo que se espera de mí. Por otra parte, nunca leeré Los detectives salvajes de Bolaño, porque se me hace más una moda que otra cosa. Puedo estar equivocado, lo sé. Aunque leerlo o no leerlo me hace pertenecer a un grupo u otro, estar en alguna de las dos caras de la moneda. Porque no hay más, esta sociedad está desmatizada, es bipolar. Vivimos en un gris que es o bueno o malo. Si tienes un perro, no puedes amar los toros o aceptar comer carne. Si eres intelectual y no denuestas a x programa televisivo, o aceptas salir en x noticiero corres el riesgo de perder credibilidad; cuando ésta, no se engañe nadie, es subjetiva siempre, porque somos nosotros los que decidimos en quien creer o no, en quien fundar nuestra fe, lo que pensamos que es verdad.

Todo es apariencia, porque todo es lo que parece, no tiene un fondo, vivimos en la carcasa. Nuestro siglo no puede digerir discursos complejos, no podemos ver más allá de nuestras narices, nos deben de dar las cosas ya molidas de antemano, explicadas, sin una retórica que estéticamente estimule la mente y los sentidos; y la razón principal es que no tenemos la capacidad de leer entre líneas, de ver al otro en su complejidad y sencillez.

La literatura, o lo que se considera literatura en la actualidad e incluyo a escritores serios, vive una debacle intelectual al igual que todas las artes. Si no, sólo vaya a echar un ojo a los museos de arte contemporáneo, en las instalaciones que hay desperdigadas por su ciudad. El vacío de contenidos es atroz. Nos ven la cara de pendejos y nosotros sólo asentimos y aprobamos cualquier desperdicio, cualquier oquedad que nos presenten; o ¿qué es poner personas humanas en charolas gigantes de unicel? Por dios, dónde está el mensaje oculto, si burdamente nos dicen lo que somos y lo que es esta sociedad. Nos tratan como retrasados mentales y lo aceptamos, porque nos hacen creer que somos inteligentes, que capturamos la esencia de ese tipo de burlas, que hemos entendido lo que no requiere ser entendido porque está servido para nuestra pereza mental.

Creo que lo más sano, o un primer paso para ser, es aceptar la alienación. Ahora, yo acepto la mía, baste de baños de pureza, que con mi bien me baste. Aceptarse es el primer paso a la libertad, al valemadrismo más bondadoso. Es aceptar al otro y dejarlo ser, sonreír con cierta indulgencia al verlo buscar una salida que no existe, que también buscamos en su momento. Pero es imposible sobrevivir más de un siglo, a una época entera y el cambio no se da tan rápido, la consciencia tarda en modificarse, en pensar de otro modo, como para poder construir una salida de lo que vivimos.

Porque nadie, y entiéndalo bien, nadie puede salir de esta mierda que han construido para nosotros. Es mejor aceptar la realidad y tratar de vivir sin la venda, los grilletes están, pero prefiero verlos y aceptarlos como unas pulseras que dicen: Universidad Nacional Autónoma de México; que negarlos como si fuesen un estigma, una mancha que nos acompañará por el resto de nuestras vidas. Busco mi lugar en el mundo y si no me gusta, buscaré otro que también han puesto para mí, pero al menos ahora entiendo el juego y puedo disfrutarlo sin querer suicidarme o entristecerme demasiado.