sábado, 13 de abril de 2013

EXPRESIONES EN FUGA

                                                                                                          A Bernardo Ortiz de Montellano



En mí nada se salva, en algún punto todo se quiebra, se va desgajando. Algo, como una hoz o una zarpa, va amputándome la sensibilidad de cada músculo, corta los tendones de mis sentidos y me deja como muñeco de trapo, como una mancha de sombra, como una noche larga o insomne desnucada sobre una escalera.
De tanto quemarme he dejado de arder. El gusto se me escapa de la boca; el oído, a pesar de ser un grifo abierto, está oxidado y seco. Ya no hay rapto, ni cuello largo ni hombros desnudos ni muslos que lubriquen el mecanismo de la verga. Rey que se muere en el trono de su carne, madera vieja ajada, triste de inviernos.
Todo estalla en un segundo y en un segundo no queda huella de nada. Sí, es verdad, hacia fuera el tiempo, la velocidad sigue, mi cuerpo continúa moviéndose. Respiro. Los ojos miran desde su pecera el mundo, pero no puedo asirme a nada, no tengo un presente, al menos me gustaría tener un cúmulo de memorias descabaladas.
Soy un vaso de cristal sangrando, agua que no sacia su propia sed. Sin cauce y sin forma los pensamientos caen de un décimo piso, veo los últimos estertores de la infancia, del paraíso, de la imaginación. No hay pliegues, ni siquiera los de una mortaja que desciendan sobre mi carne. El polvo duerme sobre la alacena, nada muere y todo ha llegado a su fin o quizá soy yo, mi casa, mi habitación y sus soledades.
La mina se ha cerrado, el derrumbe ha ensordecido sus despeñaderos y sin embargo, presiento que los pájaros siguen diluyéndose en las frondas de los árboles, el pasto continúa creciendo, se estira, busca una selva de lluvia y una luna, dos amantes desgarrados en su premura, en su ansia de muerte.
Un campo minado que piso metódicamente me susurra al oído. Estalla, estallo, reviento, siento la fuerza telúrica de la agonía, el rugido del instinto, del terror, la carne vuela en mil pedazos. La calle sufre la arcada que ya sube por mi garganta, un espasmo en el silencio, otro derrumbe fuera de mí es aplastado por el paso apresurado de tacones y de horarios fijos.
Una estrella estalla y nadie la ve. Estoy solo en la fila dieciocho mil en este funeral de cometas. Tengo la boca llena de sal y nadie voltea a mirarme, tengo sed, demasiada, la lengua se me cae a pedazos, se agita en el hervidero del suelo como un pez fuera del agua. No puedo llorar, mis ojos son dos terrones de vinagre huecos, dos bocas abriéndose y cerrándose buscando agua, el mar, el auxilio del sueño.
Un siglo solo, un segundo en que dejo de pertenecer al mundo y soy todo hacia dentro, una luz negra que se devora en nostalgias: “arder como la vela y consumirse”, para después “entre llamas arder sin encenderme” Pero por qué el fuego sobre mí, por qué de repente soy una roca salina derritiéndose, negra, carcomiendo milímetro a milímetro los hornos de mi sangre y del reposo. Aúllo y no aparece la noche, el pelo se me cae de repente y no me reconozco.
Grito, nadie escucha. Grito, las personas a mi alrededor se empiezan a arrancar las orejas y corren. Huyen del loco que abre tanto su quijada que empieza a sangrar por las comisuras de los labios. La sangre es una serpiente, dos, tres, cuatro, mil: la Gorgona y su veneno; la hydra y su amor; la sangre es  al fin la noche y la puñalada decisiva de la tarde, el filo brilla en la última cuchillada pariendo el crepúsculo y sus bestias. Cierro la boca.
He llegado a un puente y he quedado solo, a un lado el suicidio, puedo contar tres pasos, la velocidad de su caída, la desesperación de sus ojos, su mano que se estira hacia la mía que mantengo en los bolsillos del abrigo. Quisiera ayudarlo, pero no hay salidas aquí, la pintura donde estamos trazados no muestra la profundidad de la caída ni el vacío del grito, sólo el horror de los ojos y de la boca. Sólo el terror ante una mina derruida que no quiero ver, que me niego a ver pues allí sigo sepultado, ignorando el grito de mi propia muerte.

1 comentario:

  1. Poesía pura, Bernardo, digo, vago. Me gusta cómo la primera persona logra una inmersión en las sensaciones del personaje, cuya fuente en un primer momento parece haber sido una experiencia autobiográfica que más vale callar, pero hacia el final, esa vuelta de tuerca de la ecfrasis es un absoluto desconcierto: ¿O sea que siempre estuviste hablando del cuadro de Much? ¿O sea que el personaje se quedó atrapado en él? ¿O sea que mientras penetrasbas tus sensaciones con el pensamiento y con el lenguaje te diste cuenta de que la mejor expresión de tu estado de ánimo estaba congelado en una pintura? Pero, ¿es creación, no? No tiene nada qué ver contigo, vago que escribe y patea las calles, ¿o sí? Tal vez no hayas pensado nada de eso y dirás "Pues yo sólo quería hacerle un homenaje a Montellano!!" Es una excelente entrada.

    ResponderEliminar