domingo, 21 de abril de 2013

UNIVERSITATA



Con este tipo de letra pienso que cualquier cosa que escriba será literatura, en particular un cuento. Porque es una fuente muy inglesa, muy correcta, de líneas elegantes y serias, de letras que siempre llegan a tiempo; de tinta bien medida y entallada.

En una letra así el texto adquiere una dignidad que con otra sería imposible, pues ya va cargada de tiempo, de antigüedad y la historia da prestigio, hace que lo que uno escriba forme parte de ese tipo de textos que aparecían impresos en los periódicos decimonónicos o en aquellos libros infantiles ilustrados cuyas historias aún perviven y fructifican en ciertos sótanos y buhardillas de nuestra memoria.

Claro que para hacerle honor tendría que empezar con un: Había una vez un hombre que todo lo que escribía era una lista interminable de aburrimiento, hasta que en el año del señor dos mil trece en el mes cuarto del día veinte con el poder de la tipografía Baskerville Old Face comenzó a urdir una historia de ocio sin ejemplaridad y mucho menos ingenio. Lo suyo era un entretenimiento de horas muertas, de moco endurecido o pelusa de ombligo entre los dedos distraídos. Su protagonista era un joven –ya no tanto, de hecho– peludo que todas las mañanas, después de romper el sortilegio del sueño y quebrar el estruendo del infrahumano rugido del despertador que lo retorna al brasero de su cama y a sus desnudeces –pues esta historia acontece en un país donde todo el año es un infiernillo– y a la idea fija de la empresa que lo obliga a salir todos los días de su hogar y pelear con los endriagos que gobiernan la ruta dos del microbús y después ahogarse en el Tufo Tremebundo que habita bajo tierra dentro de la panza de la Gran Larva Naranja –¡oh, salve, Gran Larva Naranja!–, que en una hora –más o menos– su digestión lo expulsa desgarbadamente en un lugar aún más tremebundo como a muchos otros personajes que en ese momento lo acompañan y que van o el Bosque Trabajo o a las Catacumbas o Solar Herida Escolar–. Así, nuestro héroe después de bregar en el mar de calamidades e injusticias que su sino –y el régimen– le impone, llegó al fin a los ribazos de su destino: la gran fortaleza, la prisión del conocimiento, el yugo del saber, a la Universitata Naciorum Autoutópicum Malevomaglia, al zoológico letrado que entre balidos, rugidos y mugidos –dominando sobre todo estos últimos– lo recibían como a un compañero más. La divisó desde la altura en que lo había depositado el último Lentiturius Verdis Bio –quizá por ello más caro en poder domarlo y más difícil de poder desasirse de él, pues sólo hay una forma de bajarse y siempre de los siempres es por atrás–.

Un vértigo que se empozaba en su estómago –y sabía que natura nada tenía que ver con él– le advertía de las horas y el hambre que pasaría allí; pero nuestro héroe, necio y peludo, aunque se sabía preso del hechizo del orinón que lo  hacía, siempre que estuviera cerca de la Universitata Naciorum Autoutópicum Malevomaglia, ir sin tregua, día a día desde que entró en las fauces de aquella ilustración deslustrada, al mingitorio como si debiera entregar parte de su caudal para entrar y acrecentar esas aguas del conocimiento, que sólo, irredentamente e irónicamente, le hacían más patente el estado de desahucio intelectual en el que se encontraba.

Pero ya ando adelantando vísperas y aún el camino que le quedaba por andar era largo. A su mano derecha tenía el Estadium de la Sordïda Calamidá que a esas horas se encontraba, para su consuelo, dormido, pero ¡ay de aquel que los fines de semanas, pasado el mediodía estuviere por allí!, pues podría ser consumido por las hordas, que por un hechizo que no me es dable conocer, hace de estas mismas unos seres sin voluntad, guiados por el capricho de la gran esfera, que a decir verdad, ni tan grande, ni tan esfera, pero la siguen de un lado al otro mientras unos monos sufren el suplicio de patearla sin descanso por más de una hora.

Frente a él tenía el Pantano Enaniuns, que era llamado así porque no era tan largo ni tan ancho, pero era traicionero, siglos y siglos el pantano se alimenta de las suelas de zapatos y de los pantalones mal bastillados que han cruzado por allí. Se dice que de esta fosa nació el hombre del fango; y algo habrá de razón en ello, pues después de las ocho de la noche nadie, y cuando digo nadie es nadie, se atreve a cruzarlo ni de ida ni de vuelta.

Después de tomar valor, nuestro héroe –que en el pelambre erizado se le notaba que su valentía mermaba– atravesó a paso veloz, pero seguro el pantano, sin embargo no pudo escapar de las huellas de la batalla; partes de aquel foso inmemorial iban pegadas a su calzado, dejando por donde pasaba el rastro no sólo de su aventura, sino de la marca que lo perseguiría por todo la Universitata Naciorum Autoutópicum Malevomaglia.

Cansado, con un mareo de mar agitado, de borrachera negra caminó “enfermo y peregrino” hasta los lindes del puente. El mar de metal atronaba su enorme peso sobre él, que abriendo y cerrando los ojos trataba de encontrar un centro ante tanto caos, de aferrarse a algún punto de apoyo –más en su interior que su exterior–, pero era inútil, la violencia del ruido no cesaba, le mordía el equilibrio y las horas avanzaban y avanzaban; y si no llegaba a tiempo temía que la puerta de aquel universo ilusorio, “espejismo de sus sentidos” pero tan real como él mismo, pudiera, de un momento a otro, desaparecer.

Así que, con la poca valía que le quedaba, fue engarzando sus manos al barandal lleno de criaturas invisibles totalmente dañinas para su espíritu, pero que sabía de su existencia pues le abrían o le hinchaban el estómago o convertían su sangre en una especie de líquido espeso que bajaba por sus fosas nasales y lo hacían sentir débil y le enrojecían la nariz a tal grado que algunas veces temía por su vida, pues le daba un inmenso frío en todo el cuerpo a pesar de que si alguien lo tocaba hervía como esos potajes que surtían efectos similares en la población de la Universitata… que comía en el malhadado Pasilium de la Amibums…




1 comentario:

  1. Con nombres latinos, esta entrada me recuerda un poco cierto cuento (escrito con una tipografía no tan elegante como ésta) donde una amazona de Tláhuac narra su denodada travesía por las caldeantes aguas del Lago de Texcoco con una torta de tamal bajo la consigna de recoger a la "chamaca", con la diferencia de que aquel poco elegante cuento estaba concluido. Reservo el resto de los comentaribus nocivi,pues no disfruté en realidad de esta entrada, al chile al chile hablando.

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