lunes, 6 de mayo de 2013

ORINARIUM



A mí lo primero que me importa al llegar a CU es encontrar un baño. Tengo la vejiga pequeña y además hay una cierta satisfacción en bajarme la bragueta, aflojar el vientre y sentir el cableado de la verga anegado de orina. Ese fluir hacia la nada, al vacío de la cañería me retorna a la literatura que es otra forma de sentir el cuerpo, el alma, la vida que no es más que un río “que va a dar a la mar que es el morir”.
Por unos minutos la calma me ahoga, siento que el viaje de casa a la Facultad de Letras no fue más que un sueño; que estar parado viendo mi orina caer en la cerámica blanca no es más que la sustancia de ese sueño o del paraíso –depende las ganas con que haya llegado a los baños–.
A veces me gustaría alargar esos momentos porque son pocos en los que puedo estar conmigo mismo. El ruido del líquido en el fondo del urinario es una especie de música de relajación, una especie de entonación mántrica, el punto nodal en que se afianza la espina de mi equilibro y es allí, en ese estado de relajación, donde puedo pensar mi día y no sentirme aterrorizado y apabullado por todo lo que se supone tengo que hacer.
Al sacudírmelo un poco, al verlo por última vez en esa calma: coqueto, mío, obsceno, soberbio vena a vena; siento que la vida me ha dado más de lo que merezco y vaya que no merezco tanto, hasta hay días en que llego a pensar que si el alma está fincada en alguna parte es en el deseo y que su cuerpo es la envergadura de mi falo: dura ternura en mis horas de arrebato.
En ese santuario del cuerpo, de las miserias del organismo he pasado revista millones de veces a mi vida, a miles de pensamientos que pululan sobre las aristas de lo que soy. En los baños de la biblioteca Samuel Ramos las aristas que más se delinean son sobre todo las intelectuales: la manera en que podría abordar cierto ensayo o dirigir mis tiros en la discusión y en el análisis de ciertos textos. La clarividencia –no es casual que el color que domine aquel templo sea el blanco–, la inspiración están a la orden del análisis, de la creación, porque no me pueden decir que hablar no sea un parto, que ciertos diálogos o monólogos que empezamos a urdir para fraguar nuestros pensamientos al tartamudear sobre literatura no lleven cierta huella poética. Y ni qué decir de algunos versos que me salen al calor del fluido, palabra a palabra las frases se empiezan a juntar empapándome las manos que en esos momentos precisan de papel y pluma para no perder aquel rapto que en el remanso del tiempo –porque para todo aquel que orina o caga el tiempo se distiende o deja, completamente, de existir– nos ha sido dado.
Ya han sido varias veces en que siento que llegaré tarde a clase por no tener verdadera consciencia de la hora. Aunque a decir verdad nunca he llegado realmente tarde y la razón principal es que tengo un don o una maldición, dependiendo como se vea, con la puntualidad, pues simplemente algo pasa que siempre estoy en el momento indicado, pero ése ya será tema de otra entrada. Lo importante es que el tiempo mientras uno descarga el cuerpo deja de existir para darle paso a la consciencia o a la inconsciencia que nos invade en esos momentos.
Yo por ejemplo, no me imagino a Galdós o a Clarín sin ir a cagar o mear mientras escribían sus más grandes novelas. De hecho, pienso yo, que la novelística del siglo XIX se debió fraguar y pensar entre los azulejos o la pared rasa de los mingitorios.  Las minificciones por consecuencia no son más que creación hechas en el estreñimiento, premura de oficinistas y maestros que de a bolitas de borrego descargan el apretado caudal de su cabeza. Finalmente nuestra sociedad es eso: un estreñimiento sensitivo y racional.
Sin un espacio propicio para la soledad la mente estaría atiborrada de todo menos de ella misma. Un baño permite escuchar el eco o el vacío de la cabeza. Sentir el rasgueo de pensamientos acumulándose en la mente, pugnando y pujando por salir, “parto de sentidos”.
En la actualidad el paraíso ha dejado de ser un jardín con una mujer encaramada en su belleza al pie de un árbol. Ahora el edén es un templo cerrado, sacralizado por sus excreciones; porque sólo en un escusado “la soledad sonora” y “la música callada” son posibles literal y metafóricamente.
Estar en el baño es descubrir, para el que se toma el tiempo, el cuerpo, su organismo, es sacar de las tripas algo más tangible aunque incorpóreo que aquello que flota en aquel mar de podredumbre. Si cada uno de nosotros debería de leer al menos una hora al día también debería tener el tiempo necesario para digerir su comida, sus lecturas o los acontecimientos acumulados en el día o en la noche. La experiencia sólo se adquiere a través de pensar en nuestros actos, lo que no podemos integrar a nosotros no se convertirá en experiencia y sólo se desechará como la mayoría de nuestros días.

2 comentarios:

  1. Definitivamente no puedo negar que uno de los mejores lugares para leer es el trono: ahí soy el tuerto entre los ciegos, ahí, con la laptop en una mano, leo la entrada de los vagos. Es verdad, se trata de un santuario que muchos no ven, amaestrados para rechazar las excreciones, como si ellas fueran algo desechable y despreciable y no el feliz final de un proceso de purificación. No sé si sea por una freudiana etapa anal mal superada o porque es uno de los sitios donde gusto más de leer (sin libro, revista o etiqueta de medicamento simplemente no me permito el acceso al trono)pero el cagar y cagar bien es uno de mis momentos favoritos del día y uno de mis más grandes placeres. Se te lee bien de autoestima, vago, ¿para qué te digo más? Si no te parece, bien puedes cagarte en este comentario.

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  2. this is a disturbing text, quite accurate tho. Comes in hand to Family guy quote "I've been yo-yoing a turd for the last 20 minutes". sick, and sick.

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