martes, 16 de julio de 2013

LEYENDO EL FUTURO

Al fin retorno a mí después de dos semanas de no poder escribir nada. Finalizar un texto es lo que sería para un seductor irse a la cama con la mujer más bella del lugar en donde se encuentre o lo que es para un amante del café degustar en un lugar idóneo, clima, método de preparación y gente incluidos una taza redonda.
Ese goce fue el mismo que experimenté al escribir un poema, además pude saber un poco más de mí. Pues la escritura siempre nos hace volver a mirar hacia el pasado. Aunque  el tipo de recuerdo que nos muestra es tan variable como lo que hemos vivido a lo largo de nuestra vida. ¿Quién podría saber lo que cada uno arrastra en esa pandora que llamamos mente, lo que iremos pensando instante tras instante, si es que lo hacemos? Lo único cierto es que aquello que revivimos se devela por una necesidad orgánica, pero que sólo es posible alcanzar si reunimos las condiciones necesarias para ello.
            Un poema o cualquier obra artística nos muestra una parte de nosotros, algunas veces la afirma, otras la descubrimos como si nunca hubiera estado allí, aunque pensar que espontáneamente algo surge en nosotros es absurdo porque no inventamos de la nada, siempre hay algo que guía nuestro siguiente paso, pero ese algo no es una predestinación, fue creciendo tan a lo bruto, tan natural como nosotros mismos.
El arte es algo orgánico porque nace a partir del uso de todo nuestro ser. Crear es comprometer el alma y el cuerpo, por tal motivo la creación artística, más que cualquier otra actividad, nos compromete por entero, porque somos la génesis y el éxodo y el apocalipsis de ese monstruo que nos ve a la cara y nos interroga directamente, aunque a veces pensemos que hemos quedado más confundidos que antes al hacerle frente. Pero incluso en ese recién descubierto desorden o en ese yerbajo de incógnitas apenas esbozadas, hay un sentido, aunque éste se encuentre medio enterrado, porque siempre habrá un misterio naciente, el esbozo de un sendero o, por fin, el rutilar de un tesoro que sólo nosotros, el que se enfrenta a la obra, puede ver y comprender.
Para mí escribir es una revelación terrena, telúrica, un saber, sí, pero sobre todo un QUERER saber, porque ante todo está la voluntad que guía nuestras palabras, aunque muchas veces éstas se burlen de nuestras más sinceras e ingenuas intenciones.
Si hay una brujería o un método de adivinación  éste se encuentra en la escritura, en la obviedad Watson, del lenguaje. Nosotros ponemos un sentido pero letra a letra ese sentido se bifurca, crea su propio jardín, su entrada, sus monstruos y es divertido o terrible ir descubriendo eso que nosotros mismos guardamos y cultivamos en nuestro ser al vivir este mundo.  Porque el monstruo que imaginamos o que vamos trazando en el papel nos pertenece más que nuestro propio rostro, pues éste fue parto exclusivamente de nuestros sentidos.
Las oraciones se juntan, releo lo que he escrito  en este momento y veo que mi plan inicial de repente se ha ido a la mierda, porque esta celebración que pensaba hacer de mi propia escritura, este gozo de repente me hace mirarme nuevamente en el espejo y veo en mí una cartografía que no entiendo del todo, que no sé a dónde me llevará, pero que sigo gustoso porque nadie más que yo tiene derecho a ella.
De mi poema por presumir va quedando una crónica surgida de unos versos que ahora me parecen muy lejanos, muy viejos como la edad que tengo o la que siento tener. Pero gracias a ellos sé que vivo, que hago algo, que soy, y sí, pensar es existir, pero no habría pensamiento sin existencia, sin un impulso irracional por estar en este mundo. No podemos ser intelecto sin el cuerpo, pero no podríamos sentir el cuerpo si no pensamos en él.
Vivo porque vivo, vivo porque escribo, escribo porque vivo, ninguna de estas tres tiene prioridad, pero las tres son esenciales para saberme  –y de repente si Alfonso Reyes soltara esa picardía cerebral, esa sensualidad marmórea  de su palabra, podría por fin levantarme un poco y responderle: sí, sé a lo que sé, aunque de una forma paladeablemente parcial–. El lenguaje es la carne del pensamiento, es la manera en que la raíz se muestra y se va enroscando en este planeta. Es la forma que le damos a los sentidos, a esa Quimera, a esa Hydra que nos habita enteros y por los cuales conocemos al mundo, lo tocamos y nos toca.
A partir de esto, sería ingenuo pensar que el arte se realiza sólo para nuestro deleite. No, es una idiotez pensar así; no se escribe para el silencio y tampoco escribimos sólo para nosotros por la sencilla razón de que en cada letra que trazamos está el mundo, nuestra relación con él y sin éste no tendríamos qué decir, no comunicaríamos nada y el arte en esencia es lenguaje, es comunicación.
 El escritor que no se muestra no existe. Tenemos a Kafka, pero no sólo a Kafka sino a toda una época y una manera de ver el mundo y padecerlo porque poseemos sus textos y éstos han sobrevivido porque de una u otra forma nos identificamos con ese K o con el lúcido sueño que es Gregorito. Si no fueran arte, diálogo, no habría dicha identificación y no seguirían en nuestra memoria, al parecer ya colectiva, como también lo son las historias como la de Romeo y Julieta o la de la Bestia y la Bella. Un libro clásico lo es primordialmente porque nos sigue interpelando, seguimos discutiendo con él, conversando ya sea al leerlo o si se es artista al construir la obra pues uno no escribe de la nada ni para nadie. Y releo mi poema y veo que sin los Contemporáneos no existiría y sin este texto mismo que nació después no podría entenderlo de la manera en que lo hago ahora, pero hay veces que necesitamos tiempo para comprender este tipo de cosas o para escribir o leer algo que nos mueva, que nos haga tener la voluntad para tomar una dirección, la que sea.



2 comentarios:

  1. Este anónimo aburrido que no se muestra, no existe (al menos deja el testimonio de su lectura). Precisamente la finalidad de las entradas es apuntalar el ejercicio de la escritura y ver cómo de pronto, se nos va de las manos y nos crea nuevos conflictos como el que demuestras tener aquí con la tradición y aunque nunca vi la lectura del futuro, sí puedo prever que la escritura seguirá, porque es un oficio al cual es difícil renunciar una vez que se ha llegado a él. Y si como dice el verso de Reyes, "sabes a lo que sabes", creo que en la escritura sólo "sabes lo que sabes" y a veces lo que dices crea su propio mundo y las diversas lecturas de la crítica, que van desde un simple !Aburrido! hasta el "Yo te untaré mis obras con tocino". Saludos.

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