sábado, 31 de agosto de 2013

REFORMANDO LA NIÑEZ



Es sábado. Acabo de leer el blog de mi patidifuso amigo: amargura por el futuro, decadencia, caída del pelo, juventud cada vez más estúpida… Me hermana su desencanto y sonrío, no debiera.  Su indignación ante una juventud que se ríe de su propia ignorancia me parece justa pero no puedo sentirme igual, sólo me queda el desencanto, la sonrisa cínica y destemplada, hueca del que no cree en utopías ni sueños de democracia. No tengo fuerzas, al menos no hoy, para amargarme más.

Pero es inevitable no pensar en el problema, por más que trate no puedo quedar ajeno a lo que pasa a mi alrededor. ¿Hay algo rescatable? Los niños cada vez están más enajenados, fuera del mundo, como si de pronto el coco o el roba chicos de mi infancia se hubieran hecho presentes -qué digo presentes, omnipresentes y omnipotentes- y se los hubieran robado a todos.

En mi cuadra ya nadie juega al futbol, no escucho las alarmas de los coches debido a un pelotazo al azar. Las calles se han quedado sin colores ni movimiento ni gritos. Nadie va de casa en casa chiflando o lanzando piedritas para juntar los equipos.  No encuentro sobre las banquetas las huellas de batalla del “stop” o las alas quebradas del “avión” o la carretera soñada de las “metitas”. Mucho menos escucho aquella ambivalente canción y rito de doña blanca y su jicotillo o ese “será melón o será sandía o será la vieja del otro día, día, día, día"; ni hablar de la rueda de san Miguel, hace mucho que se oxidó al igual que todas las canciones y danzas infantiles. Los sueños, las imaginaciones –si es que aún existen– ahora ocupan la fragilidad del internet, los deseos se configuran con una cuenta en las redes sociales, el amor es la luz estridente de la pantalla a solas, la pornografía que nos ahorra tiempo, dinero y esfuerzo.

Y sí, todo empieza desde casa, la escuela puede hacer poco o nada, pues los maestros están mal nutridos y no sienten amor por su profesión –lo sé, no todos, pero una minoría no puede cambiar la situación del país por más que se diga lo contrario–. Esta falta de amor por lo que se hace tiene muchas consecuencias, la principal es que no hay empatía con el alumnado; otra, no menos importante,  la mala preparación, el no querer seguir aprendiendo más, quedarse estancado con lo poco y lo mal digerido con que se acabó la carrera –si es que se terminó–. Las consecuencias son obvias, se sigue, como si de una biblia se tratase, al libro de texto, que sí ayuda, pero es solamente una guía –y para chingarla con faltas de ortografía–  que no puede sustituir el trato HUMANO de un docente.

Además, cómo poder educar cuando el pobresor llega a duras penas a fin de mes. Para poder vivir medianamente bien tiene que trabajar el día entero. Cómo ponerles atención a los niños si se tienen más de trescientos alumnos.  Por más que se quiera las fuerzas y el ánimo se agotan con titánica empresa. La calidad es sustituida fatalmente por la cantidad.

La empresa de ser un buen maestro es titánica por el esfuerzo que se tiene que hacer, tanto intelectual como empático;  pero al mismo tiempo es la más noble de todas porque enseña a pensar, y eso es lo que realmente forma a un ser humano. El profesor pone los pilares de lo que será el niño –no las bases, porque ésas sólo los padres– a lo largo de su vida. Cuando se dice que se está educando al futuro de México, no es una simple metáfora, no debemos verla tampoco como un lugar común, sino como lo que realmente es, dándole el valor real, la importancia vital que tiene la frase; y por ello el gobierno de cualquier país debería tener como prioridad la educación  y la alimentación por encima de cualquier otra necesidad. Y los padres, a su vez, tendrían que enseñarles a sus hijos a respetar a un profesor, sea bueno o malo, porque éste está dando de sí para que esa bola de mugre y mocos sea una mejor persona, un mejor ser humano. Porque un maestro no sólo enseña ciertas materias, no, sobre todo humaniza, hace sensible de sí mismo al niño, pero también del otro y le enseña algunas de las herramientas indispensables para asir el mundo.

Pero mientras sea una computadora  quien eduque y el tamaño del celular lo más importante que tenga un niño, cómo tener esperanza en el futuro, cómo se va a respetar a esa figura que tiene las manos llenas de gis.  La principal reforma debe de venir de casa, porque si no es así, las cosas no cambiarán y esto es algo que afecta al niño en todos los ámbitos de su vida; un ejemplo claro es el problema de obesidad; si no se hace nada para quitar celulares, para apagarlos, y eso incluye a los padres, y mandar a correr a los botijas, a jugar futbol, etc., ese problema de salud seguirá en aumento.  Se debe enseñar a usar la tecnología como lo que es una herramienta y no como un estilo de vida.

Se está construyendo un mundo inhumano, impersonal y es paradójico que sea precisamente la incomunicación, en este mundo tan globalizado, uno de los rasgos distintivos de nuestros tiempos. La soledad más atroz nos ahoga y ni siquiera nos damos cuenta. En países como Japón ya sucede, mujeres y hombres insatisfechos porque estos últimos prefieren masturbarse a buscar entablar una relación humana con todas sus complicaciones sí, pero con todo lo insustituible que otra persona nos puede ofrecer.

La pereza nos invade, no queremos invertir tiempo en el otro y sí perderlo jugando infinitamente candy crush. Nuestro tiempo lo llenamos de tiempo muerto, la vida se nos va en estar enajenados, sin vivirla realmente. El arte no vale la pena, para qué estudiarlo si podemos “sentirlo” y “hacerlo”. Todos podemos opinar de todo peritamente, a la mano está Wikipedia para ello; pero nada sabemos, repetimos el discurso de alguien más que es igual de ignorante que nosotros porque la pereza nos gana, para qué aprender algo que podemos “sentir”, pero muy pocos sienten realmente.

Y toda esta deshumanización, y es una verdadera vergüenza, comienza en casa y continua en la escuela.  Si yo, como profesor,  no enseño a que el niño vea a su compañero de banca como un igual no estaré haciendo mi trabajo, si no logro que sienta que el mundo está en estrecha relación con su manera de vivir estaré fallando, si como profesor de literatura no le hago entender lo maravillosa que es, lo divertido que puede llegar a ser y el valor que tiene pues todo arte habla, dialoga e interroga sobre el ser humano no puedo decir que de verdad esté haciendo mi trabajo. Pero además si en el hogar no se enseña al  querubín a comprometerse consigo mismo, con su desarrollo, este mundo seguirá igual que ahora.

Hace falta enseñar amor y respeto consigo mismo y con los demás. Hace falta dar el ejemplo de apagar celulares en la mesa, de agarrar un libro por gusto para que el chamaco vaya observando que leer no es un castigo, sino un regalo. Pero también hace falta tener la panza llena para poder realizar todo esto y desafortunadamente es una utopía pensar que el gobierno resuelva ese problema que afecta a la mitad de la población. La enseñanza no se resuelve bajando los aciertos del examen de admisión a las preparatorias o haciendo una reforma que afecta únicamente los intereses de los sindicatos, el problema de la educación es un problema de educación global que afecta antes que nada a los padres y a los docentes que parece que desconocen la importancia de pensar que es lo que finalmente debe de enseñar un profesor.

Al principio quería hablar de la reforma educativa, del cacicazgo ejercido por los sindicatos y que al ver mermados sus cotos de poder empiezan a ejercer el control político que tienen al tener a su disposición a la carne de cañón que son los maestros y que irónicamente son los que parecen ignorar que son mangoneados para que los primeros puedan seguir conservando sus atribuciones dictatoriales en todo lo concerniente al ámbito educativo: plazas –venta, herencia, etc. –, planes de estudio, certificación; que deberían realizar personas que de verdad sepan del asunto y no unos analfabetas que ven por sus intereses particulares y no por el bien de la niñez.

Y sinceramente pelear porque se modifique esa ley o no es un sinsentido porque la reforma por la que deberíamos luchar primero es por la que debe empezar en casa, en los padres y en el corazón –perdóneseme la cursilería – de aquel que se para delante de esa monstruosidad que es un alumnado e intenta transmitir todo, y de verdad debe ser todo lo que sabe y debe saber para impartir una materia.

1 comentario:

  1. El problema es demasiado hondo, porque para que los padres eduquen a los hijos parece necesario educar también a los padres: enseñarles que los celulares no necesariamente hacen feliz a la gente, ni el consumo, y que la paranoia no nos va dar nunca más seguridad. La sociedad está apestada de miedo, de violencia, de indiferencia y esas conductas que le aprendemos a la sociedad conforme crecemos terminamos por heredarlas. Ojalá pudiérmos encontrar el escalón inicial para poder ascender hacia la construcción de un futuro, pero ¿dónde encontrarle el inicio a un círculo? Humanamente no podemos ir más allá de los que las aulas nos permiten. Saludos, vago.

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