domingo, 10 de noviembre de 2013

CALACAS



 Todo el asunto de la muerte es una cuestión de alimentación, un proceso digestivo nada más, podemos reducir la vida a tragar y ser tragado o a tragar y defecar o ser defecados. El fin último de nuestra vida es abonar el suelo para las futuras generaciones. En octubre se hace evidente este ciclo, se encarna, o para ser más exactos, se cocina.

Comer huesos de pan o calaveras de azúcar va más allá del canibalismo o de ser irrespetuosos con los difuntos. El alimento trasciende la burla, la carcajada misma es introspección y retraimiento, un no olvido de la futilidad de nuestros esfuerzos por hacer perdurable, cada vez más, el propio pellejo. Porque comer es un rito, y como todo rito, está lleno de simbolismo, que no es otro que el de tragarnos a la propia muerte. Queremos tenerla en nosotros quizá como talismán contra ella misma, o para recordar que, a su vez, no somos más que una ofrenda de huesos, harinas del mundo.

Por ello podemos chancear con ella, embromarla con toda la seriedad debida porque la hemos digerido completamente, pero además somos nosotros quienes la alimentamos, quienes horneamos la dieta de sus huesos, que son los nuestros. Estas fechas nos van refrescando la memoria de lo que somos y de lo que seremos. Reímos porque no podemos hacer otra cosa ante lo inevitable, para qué llorar ante la única verdad segura sobre la tierra, la única inamovible e inconmovible.

El banquete crece y se renueva cada año, se madura en las barricas negras de nuestro cuerpo, somos el platillo principal y por ello, de cierta forma, los festejados, y no hay festejo en que no participe la familia, la comunidad, sus risas, pero también el tiempo que marca constantemente un año más, una celebración más hasta que el festejo sea sólo memoria colectiva, día en que se recuerdan a todos los muertos:

En tu frente de azúcar llevas

un letrero, mi nombre. Muerdes

un regusto hipócrita a tristeza…



Sí, hipócrita y triste, escribe Rubén Bonifaz Nuño, sobre el hombre; porque la risa que le enseñamos a la muerte es un intento por jalar aire, por vivir sabiendo de antemano que es la carcajada de la muerte la última, quien nos cerrará la boca, quien morderá nuestros labios, nuestra voz, dejando un descarnado silencio.

Hipócrita porque llega un tiempo en que sólo nos queda el consuelo de la muerte, su caricia ante el cuerpo que ya no tiene asideros seguros en esta vida, que no tiene mirada ya para ver los colores del horizonte, hipócrita porque queriendo morir sonríe pidiendo un día más por el temor de no saber nada del lugar al cual iremos.

A veces la muerte se presenta piadosa, otras inmisericorde llegando demasiado pronto o bastante tarde como en el caso de Rubén Bonifaz Nuño a quien la muerte le fue devorando los ojos, las manos, pedazo a pedazo el alma, hueso a hueso el esqueleto, la vida misma y que en su último poemario Calacas la muerte cobra la familiaridad del dolor, del azúcar que va resbalando sobre nuestro nombre, endulzando y acibarando esos versos de última danza, de postrera alegría y sorpresa que sólo obsequia la poesía.

Poemas que me afloran la tristeza y el recuerdo, porque son hospitalarios, pan de muerto que nos engorda el ánimo para aceptar el trago que nos es dado en la fiesta de los convidados. Porque también “Encajonado, oigo mi nombre,/ de cuerpo presente, en esta misa/ de difuntos; muertos ya, me velan.” Y me ven y me juzgan y al mismo tiempo me deshuesan, me agarran del cogote pidiéndome silencio; pero cómo callar si lo que más tengo y he tenido siempre es hocico y hablo y me defiendo y berreo y doy un sinsentido de sentidos ante el temor de morir que es una mano que va subiendo entre mis entrañas, que arranca un poco de mi hígado, que aprieta e hincha mi colon, y yo confieso hasta lo que no debiera por alargar un poco las cuentas de mis días a pesar del dolor o quizá porque duele en un punto aún soportable me amacho y me cubro de mí y de la vida que me tocó en suerte. Quiero vivir porque siento milímetro a milímetro mi ser ajado, porque sé que me he ganado las horas de mi vida y el sueño de la noche y el placer que sólo el cuerpo de una mujer me puede dar para seguir soportando mi existencia sobre esta tierra.

 Enumero a mis muertos, junto sus fotografías en el altar y pienso en Rubén Bonifaz y en Góngora y los trasplanto a mi árbol familiar y me enrabio contra el último diente que se les quedó clavado para siempre; pero también sé que aún queda espacio, siempre sobra pared para una más y me veo reflejado en el vidrio de la veladora y sé que me esperan, pero falta, yo sé que aún falta y por ello río porque aún puedo, porque aún tengo dientes para plantarle cara al futuro.

Sé que la muerte no es justa o injusta, no entiende de leyes ni de sociedades, es amoral, no está casada con una religión u otra, sólo llega, es el único trámite que no firmamos y debemos de pagar.

Pero… cómo no berrear, cómo no extraviar la línea y las palabras y perderme en el cúmulo de rememoraciones por los idos; y hoy en particular, hoy que hace frío y me siento enfermo y me pesa la muerte tuya, Rubén; porque si la calaca embistió contra el montón de harapos que eras, tú y no ella me carió para siempre mis abecedarios; tú llenaste la pila de mi parca bondad, atigraste las flamas de mis pesadillas, calaste a la mujer, a todas ellas a mi lujuria, en la hondonada del espejo la flama del deseo se agita tan hondo moviéndose ciega dentro y fuera de mí, por tu culpa, por tus versos de desterrado y amigo, “de caldo gordo de sufrimiento”, de dolor mujer al lado de la costilla.

Aquí, junto a mi padre y mis abuelos y al bueno de don Luis, en este esqueleto que ni para pan ni gelatina, ni para disfrazar de muerte esta muerte que resucita hoy, contigo, en este primero carcajada y buey venido sin adornos te llevo y te procuro con calabaza en tacha, con ponche, cañas y tamales y moles y flores.

Invoco a la flaca porque necesito morir de apoquito para vivir un día más, porque quiero ver tu sonrisa de malecón Rubén, porque escucho esos versos tuyos: “aburridos de morir, quisieran que algo me tornara a dar vida” y por ello levanto este hilado a lo bruto y con él te siento a mi mesa y parto mi pan y libo en tu nombre para que te apresentes y celebres la cerveza y el pollito con mole.

Y por eso me empecino también en poner una toronja para mi padre y una coca-cola a mi abuelo y un litro de pulque, y un champurrado para quien ya no pueda con tanto frío y con tanta muerte. Rubén, aquí tienes tu mesa un poco dolida y desdentada, pero en pie, aún en pie y con muchos convidados que están deseosos de una mano y unos buenos versos. Aunque, a decir verdad, yo sólo los acompañaré un ratito, no me vaya a gustar mucho la cena, además hay cosas que disfruto de esta vida y como tengo aún quincena y hoy no ando tan feo no es día para desaprovechar tus consejos:


Que habiendo viejas y dinero,

pinche Pelona, me das risa.

  
Así que Rubén, amigos, familia un trago más y nos vamos.

2 comentarios:

  1. Hace poco comentaba con Mónica que yo moriría joven porque la línea de mi vida es muy corta; ella me contestó que ya me había tardado. Lamentable o afortunadamente no morí joven pero sí sé que llevo a la huesuda en mis carnes. ¡Que se le va a hacer! Sin embargo, cada vez que leo o monto mi bici o cuando platico con las personas que quiero me doy cuenta de que estoy más vivo que nunca y que soy tan joven como yo quiera sentirme.
    atte: Isma

    ResponderEliminar
  2. Esta entrada tiene el sabor agridulce que nos deja, como dice el poeta, el hecho de que su frente azucarada lleve nuestro nombre. En la comunión con los muertos, con su silencio de palabras pasadas se escucha la voz viva de uno que titubea y afronta, muy valientemente, su fragilidad, su finitud; uno que hace chanzas y a la vez suda por la cercanía del toro que embiste, que a veces baja demasiado el testuz para levantarnos de una vez definitiva. Y es que nos quedamos desnudos y deshuesados ante esa presencia que nos vuelve ausencia o ante esas ausencias que no pueden ya serlo porque nos acompañan en las palabras en la memoria, en un eco tal vez que se deja oír en estos meses de frío, cempasúchitl y veladoras. Un abrazo.

    ResponderEliminar