jueves, 5 de diciembre de 2013

PAZ A PIE DE GUERRA



El 17 de abril de 1902 nace el que para mí es el último humanista de México a la manera en que lo fue Alfonso Reyes. Es un escritor que creía que la cultura era no sólo el patrimonio principal de todos los pueblos, sino la manera de ser mejores, de unir a las diferentes naciones del mundo. Su actividad diplomática como su labor literaria estaban a favor del hombre, en pro de una fraternidad universal.  

Jaime Torres Bodet es la concreción tangible del hombre de letras, en él el oficio diplomático es la escritura llevada a la acción, una es el reflejo de la otra, ambas conforman su unidad.

       Lo que buscaba con estos oficios era poner a México en el mapa mundial, traer lo universal a lo nacional, abrir las fronteras; ampliar la sensibilidad artística, el horizonte de sus propias experiencias y, del mismo modo, llevar al mundo el pensamiento y el arte nacionales. Integrarlo, sí, pero sin perder su individualidad.

Octavio Paz en una conferencia que dio llamada: “Poeta secreto y hombre Público: Jaime Torres Bodet”; escribe que: “Torres Bodet no fue realmente un intelectual sino un funcionario”. Y yo no puedo estar más en desacuerdo, porque no hay nada más alejado de la realidad; su obra misma, que es enorme, es un testimonio amoroso hacia la literatura. Por ello necesito escribir estas palabras, necesito quitarme el mal sabor de boca.

En primera, esta ponencia ¿magistral?, inaugural –ciertamente– que dio en el Colegio de México el 23 de Marzo de 1992 en el marco del Congreso Internacional.  Los Contemporáneos. Homenaje a Jaime Torres Bodet, me parece una canallada contra un escritor que ya no se pudo defender –me disculpo, sé que Paz también está muerto, pero yo, seguramente, jugaba a las canicas por esos años y no conocía la existencia de la crítica literaria, así que disculparán; además, no creo que el premio nobel, si viviera, leería tan humilde blog– ; en segunda, y ya entrando en materia, la primera parte de su escrito es un homenaje, sí, pero a su propia figura, ya que narra sus primeros años de poeta, y cuenta la manera en que el ya maduro Torres Bodet aplaudía y reconocía sus primeros balbuceos literarios. Al menos, Octavio –y no demerito para nada su calidad como poeta pues ésta es incuestionable- reconoce la bondad de don Jaime con todos aquellos jóvenes que se le acercaban pidiendo su opinión.

En el ensayo, después de hacer homenaje y monumento de él mismo, y cuando al fin se digna a hablar de Torres Bodet, dice: “Nada en los ensayos y relatos de Torres Bodet tiene la perfección e intensidad de “Dédalo y de algunos de sus sonetos”. Perdonen ustedes, pero no creo que en catorce poemarios, seis libros de narrativa y otros tantos de ensayos literarios no haya nada que iguale la perfección del poema citado por Paz; además, ¿cuáles sonetos son los que cruzan por su mente? Escribió tantos que al menos pudo decir el título de alguno, incluso hay un poemario que se llama así, Sonetos. Por si fuera poco, en lo anterior citado, menciona únicamente relatos y ensayos, pero acaso ¿no está opinando sobre poemas?, ¿para qué meter la narrativa?, ¿por qué no hablar entonces de sus poemarios?, ¿se le olvidaron o simplemente no quiso mencionarlos? Lo hizo ¿como una manera de restarles importancia? Pero vaya, para poner a consideración del lector la faceta de poeta, citaré únicamente dos poemas de Torres Bodet, el primero del libro Poemas, 1924:



LA COLMENA

Colmena de la tarde, diálogo del vergel:

La palabra es abeja pero el silencio es miel.



En el poema anterior vemos no sólo la asimilación que hizo de Tablada –más palpable, sin lugar a dudas, en Biombo–, sino la del propio Ezra Pound y su poesía pura. Fíjese el lector en la armonía, condensación y fusión del cromatismo y de los cinco sentidos en el paradigma léxico: colmena, vergel, abeja, miel; en los contrastes entre comunidad e individuo o colmena y abeja; entre diálogo y silencio. El escritor no sólo ejemplifica la poética que expone, también la trasciende. La palabra y sus trabajos, su arquitectura, después el silencio, el reposo, el disfrute callado del verso hecho, de la poesía sentida



El segundo pertenece a Destierro,  1930



SALMO

II



¿Hasta cuándo he de ver cerrados todos los oídos del bosque

sobre las gargantas que abre el naufragio de una piedra en el río?



Por adivinar lo que imploran, en ese grito confuso,

mi corazón limpiaría  la selva entera de pájaros

y gota a gota, en la estrella, escucharía endurecerse la luz…



Mujeres de palabras íntimas

y de tobillos  pulsados para un silencio de ajorcas

lo bendecirían.



Porque nació en esa vecindad de la música

en que la ausencia del viento dibuja el contorno mejor de la rosa

y la vejez de la lira sonríe a la juventud de la danza.



Pero el mástil no sabe nunca vencer el error de sus velas

y la cólera se resiste en poblarme,

el dolor se niega a exprimirme;

en la uva de los lagares dejo macerarse mi angustia

y que mis envidias fermenten con la levadura del pan.



Pues ¿cómo he de ver cerrados todos los poros del aire

sobre la interrogación de esta boca que no se resigna a su espejo?



¿Y hasta cuándo tengo de ser el jinete de este caballo nocturno,

extraviado, sin herraduras, en las encrucijadas funestas,

inmóvil, con el mensaje de un rey oxidándose en los clarines,

desnudo, bajo la lluvia, frente a las ruinas de una mujer atravesada de espectros?



¡Ay, sólo frente a las ruinas de una mujer atravesada de espectros!



De este segundo, prefiero que usted, lector, saque sus propias conclusiones.

Quizá, lo que haya en esa ponencia dictada en el COLMEX sea una incomprensión de Octavio Paz. No niego el amor que les profesaba a los Contemporáneos, pero creo que no hay una empatía con el escritor que describe. Lo que yo distingo en esas palabras es una confrontación de visiones, de modos de apreciar y de vivir el mundo, un no entendimiento por parte de Paz, como él mismo señala en Torres Bodet con respecto a la obra de Stendhal. O quizá se deba a que miró la espina ética y humana de don Jaime y la sintió ajena, imposible, inalcanzable, y por eso la envidia lo hizo revolcarse en tanto vituperio.

Por ejemplo, el afán de ascenso que señala en Torres Bodet con relación a sus juicios críticos sobre Stendhal no es, en nuestro homenajeado, una cuestión de escalar en las esferas de Poder, al contrario, es un afán de perfeccionamiento humano; lección, sí, muy bien aprendida de González Martínez y que el premio Nobel no sabe mirar o no quiso y por ello no entiende el alma de la estética de Bodet y de la propia vida que intenta desentrañar en su discurso, pues la  reduce a su propio horizonte, a sus ambiciones mismas, a la manera en que él se condujo a lo largo de su existencia.

 Dice Paz: “La vida y la obra de Torres Bodet son un capítulo de la larga y tormentosa historia de las relaciones entre el escritor y el poder.” ¿Qué escritor no se relaciona con el poder? Además, ¿no definirían más estas palabras a Paz que al ajusticiado? O, ¿acaso Paz nunca se relacionó con el poder? O cuando dice que el escritor de Cripta es descendiente de los grandes servidores del Estado absoluto o, un poco más adelante, que continúa la tradición de los grandes déspotas ilustrados, yo por momentos me pierdo, yo ya no sé de quién habla, tal parece una confesión velada del propio ponente, un sumergirse en su propio espejo.

Tal vez la clave de tantos desatinos se encuentre en la propia ponencia, dice Paz: “No fui realmente su amigo –nos separaban muchas cosas– y, además, debo confesarlo, en dos o tres ocasiones algunos equívocos empañaron nuestra relación.” Debo confesar que no conocí a Octavio Paz, pero, ¿no era rencoroso?, ¿no era vengativo? Sólo sé que a mí no me corresponde responder a estas preguntas.

Ahora bien, cuando cita de Torres Bodet las siguientes palabras: “me gustaría articular, al morir, la palabra quise…” A continuación Paz se centra en la acepción del verbo menos espiritual, el querer lo interpreta únicamente como un subir escalafones en el engranaje del poder, como un deber cumplido y no más; por qué únicamente el medro rodea los pensamientos del miembro de la generación del 15. Cito la respuesta que le encaja a Torres Bodet: “Lo consiguió: su vida fue un asenso en el que cada escalón subido fue un deber cumplido.” ¿eEn quién piensa?

Uno, ¿por qué no interpretar el verbo en el sentido de ejercer la voluntad humana?; dos, Torres Bodet al escribir esas palabras sobre la muerte lo que traza es el afán de mentar, de "querer" asir la palabra siempre fugitiva del deseo, que es, en últimos términos, un movimiento constante de creación y de muerte; palabra que en esencia es inalcanzable porque es el motor de la vida misma; necesaria no sólo para el amante sino también para el poeta, sobre todo para el poeta; el querer no se puede satisfacer porque es lo que mueve a todo ser humano, es la incertidumbre intrínseca a ella lo que nos obliga a actuar, mental y físicamente, a dar un paso hacia adelante; tres, ¿por qué Paz da por hecho que Torres Bodet fue más allá de la palabra “quise”, que la detuvo, que la llevó a su final, a su muerte, a su materialidad más brutal, a un mero peldaño de poder, del deber cumplido? No, no creo que sea así, el suicidio mismo de Jaime niega la propia aseveración de Paz.

Todo ello me hace preguntar: ¿acaso no hay bienes, querencias intangibles e incuantificables, sobre todo para el intelectual, para el artista? o ¿para el propio creador de Piedra de sol, no hubo nada más que un ansia de poder?; ¿por qué centrarse en ello?, ¿por qué buscar la paja en el ojo ajeno?; ¿por qué reducir al poeta, ensayista, cuentista de ese modo? La ponencia de Paz, al menos para mí, es más una venganza a destiempo que un sincero homenaje.

Pero no quiero terminar esta defensa sin citar la concepción de la crítica que tenía Torres Bodet, pues fue mi otro aliciente para escribir la entrada; dice don Jaime en la entrevista concedida a Emmanuel Carballo:

El crítico auténtico ansía la afirmación de una solidaridad de hombres libres, y busca (en los héroes del pasado) el estímulo indispensable para la construcción de un futuro cada vez más humano y de amplitud más universal[…] Sólo aquello capaz de expresar, a la vez, lo más profundo e intransferible de la persona humana, lo más genuino del pueblo a que pertenece y lo más general de la humanidad, ayuda en definitiva a la realización del hombre como persona, a la perduración del pueblo como fuerza política nacional y al progreso del género humano, como protagonista intrépido de la historia.

1 comentario:

  1. Alguna espina antigua traería clavada nuestro "ilustre Nobel" y padrino del poder intelectual del país. Nos queda muy claro lo difícil que es conciliar el humanismo con la Ética, el genio con la ambición o la soberbia. Es cierto que el errar es humano, pero cuando esos "errores" se convierten en sistema y aprendemos a tolerarlos estamos corrompidos; entonces es fácil descalificarlo todo y aferrarse a las verdades que hemos creado en favor nuestro. Es una pena, pero así está el mundo.

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