miércoles, 16 de abril de 2014

SIEMPRE ES DE NOCHE EN EL INFIERNO


Siempre es de noche en el infierno, aunque sin el calor, sin este endemoniado calor que abre y pudre el cuerpo. El sol no pertenece a la obscuridad. La luz es el puñal del sacrificio, de los rituales de la carne satisfecha.  El trópico, el mar, el bamboleo de las palmeras, las calles hechas humo no pertenecen al infierno, tampoco marzo ni abril ni mayo. El infierno es un junio hacia dentro, es ese “cóbraselo caro” amorosamente apretado más allá de las falanges tiesas, mucho más allá de esa ternura mineral, mucho más allá.

El oro y las flores derritiéndose en las orejas son cosa de otros dioses; también lo son las caderas de las negras cansadas, deshechas en el colchón, en los alientos, en otra carne vencidos y vueltos a vencer. Son las negras que han dejado de ser negras y ahora relumbran con todo su sudor y todas sus muertes ahogando la habitación, condensando en sus pieles los zumbidos de los mosquitos, de ese sol que de pronto se abre y juzga y destruye la armonía, el claustro de sombras que con paciencia y soledad había abierto sus fauces para nosotros.

El infierno es otra cosa, es sutil, es del tamaño del pensamiento, de esta bolita que imagino entre los dedos y la voy habitando y de pronto estamos dentro de ella, girando, girando hasta vomitar de frío, hasta que el escalofrío hiela los vellos del cuerpo, traba el aliento a la quijada.

El infierno son estos silencios que no te digo y me guardo, es el filo certero de una caricia que entra y sale, que entra y sale de ti; es también la mentada de madre silenciosa que se clava en nosotros, muy hondo, aquí, mira aquí, pero dónde miras, es aquí, y se hace hígado, riñones, páncreas, bilis y de a poquito nos mata, nos va alumbrando la tragedia, pavimentando la desgracia, esta soledad que se espesa con los años, que se espesa hasta quedar como una baba pegada a las huesos.

Es el nombre en la plegaria que no nos atrevemos a decir, es un nombre que marca en la noche con cal negra cierta puerta y cierta ventana o calles donde creamos nuestros simulacros –que pensábamos eternos- de paraíso. Hay un árbol y una bocacalle; un parque de pastos altos que ahora se oxidan al sol, que son sal en mi presente, que son espirales de sed viva en la garganta, ángel de luz que exhuma nuestra humanidad, es esa vaga congoja al partir.

El infierno es una geometría silenciosa, es un espejo que nos arranca el rostro y nos obliga a ser pensamiento, a encarnarnos en idea, a florecer en el frío, a ser imaginación, deseo sin estatua;  es vida y siempre ha sido vida desde que es muerte y mundo, porque crea la muerte, la vida y el mundo.

Es esta sangre, mírala, rota y desflemada; es este negro invierno que golpea una y otra vez, y otra y otra y sientes sus mazazos en las sienes, en la mirada fija, siempre fija hacia dentro, más allá del pecho que como tambor, como círculo marítimo, como diana de truenos nos quiebra en nada, porque no hay gemidos para templar su desdicha; hay, como mordaza, una distancia insalvable nada más; hay un río que ha secado sus amores; un guijarro que terminó de rodar y es una marca incrustada en la dureza del sexo, en esta hinchazón que derrumba paredes, que instaura el caos de una geografía de sueños, todos imposibles, pero todos con los puños hechos para deshacernos, con los puños tan hechos más hechos que nosotros mismos a la vida, a la que fue, es y será, porque el infierno es deseo, porque el infierno es deseo, es deseo.

Es un no lugar de todos los lugares, es el centro siempre en movimiento de nuestro cuerpo, es un centro sin centro, es decir lo que no tiene palabras, lo que nunca tendrá palabras porque dura un instante, es la fuga, es el tiempo, es la claridad sin marcas del rostro que se ha perdido, es la negra claridad herida que ha sido devorada por el espejo, por la sangre y sus estatuas.

Hoy construyo un cielo para morir y despierto muerto al encontrarme tan en mi cuerpo, tan hecho a mis pies y su rutina de hambre, de sol, de trópico. El calor me derrumba, me hace sentir con mayor claridad lo que soy: huesos, carne y olores.

El infierno no tiene cuerpo, es pensar en todos y mirar las oquedades de la propia mano. El infierno es pensar en las posibilidades del infierno, es pensarse el infierno, es sólo pensar y quedarse únicamente empotrado a los hielos del propio pensamiento.




1 comentario:

  1. Entré al texto como a una Comala en la que se me ordenaba una venganza. Las voces, párrafos de prosa poética traían ecos de otras, anteriormente condenadas. Muchas voces contemporáneas y otras de más atrás, de hielo abrasador, de fuego helado. Necesidad de saciar pies, hambre y huesos. Intento salir del comentario como del texto, pero sin cuerpo, en el silencio vacío de la contemplación, me siento dominado por él.

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