miércoles, 7 de mayo de 2014

SILENCIO

Si uno pudiera prescindir de las palabras, si por ejemplo, todo fuese un juego de miradas y de sombras, lenguajes siempre abiertos, dados a las mil y una posibilidades del azar, del deseo con que miramos, el mismo con que se nos enjuicia. Pero si así fuese, la duda crecería, haríamos de un guiño de ojos –ése que únicamente nosotros imaginamos que vimos– un caldero de lujuria, porque la brújula no es sincera, no muestra el mapa completo, nos da lo que nosotros queremos obtener, lo que deseamos.
Interpretamos, siempre interpretamos, pero sin el apoyo de la palabra –a pesar de que ésta siempre nos traiciona, porque nunca sabe, ya lo dijo Villaurrutia, lo que nombra-, siempre veríamos un sólo lado de la moneda, el nuestro.
Si el silencio fuese suficiente para airar la cabeza, para que tomara su vuelo la imaginación y peso las ideas. Pero no, es imposible, es más, ¿usted puede pensar en el silencio sin nombrarlo?, ¿puede estar en silencio absoluto, esto es sin tener una sola idea, sin moldear un pensamientos?, ¿puede quedarse completamente callado, vacío sin usted mismo, sin esa poca o mucha reflexión que usa al interpelarse?
No, no se puede. El silencio es una necesidad de la palabra, es su envés, el reverso del calcetín que guarda la otra parte de la memoria y de la historia, la que no se puede gritar a voz viva, la que es íntima y por ello se engarza más fieramente a nosotros, la que nos interpela con más rabia, la que abre un diálogo silencioso que nos tasajea de forma constante e inmisericorde.
El silencio es raíz, vaso que comunica el pasado y el presente, pero nunca al futuro porque éste se da únicamente en la concreción de la palabra, en esas posibilidades que queremos y expresamos quizá en soledad o en compañía de alguien, pero que muy pocas veces vemos cumplidas.
Es el cimiento de todos los lugares y su fin último. Al principio fue el verbo, pero antes que éste ya el silencio lo acunaba; la sola contemplación de un mundo, el quererlo ver en movimiento, agitado sobre el hombre que lo imaginó hizo que éste lo pronunciara, que fuera árbol, mujer, letra viva. Así mismo, en las antípodas de la muerte es la última estancia de la palabra. Esta renovación del silencio es la apertura y la clausura del ciclo, es la boca de la serpiente cerrándose sobre sí misma. No es el grito quien renueva la vida, sólo la anuncia, le hace su fiesta.
El grito es la pérdida del silencio, el desgarrón que quiere mentar todo a la vez y no puede, es machacar el punto de lo que somos para indicar que existimos, que estamos, que somos cuerpo, pues la voz no es expresión del alma, no, la voz es expresión e impresión de nuestra humanidad en el mundo, de su fugacidad en el tiempo y en el espacio.
En cambio, el silencio únicamente se da hacia dentro de nosotros mismos, más allá de esos huesos que nos sostienen; por ello, aunque Villaurrutia diga que la muerte es el silencio definitivo, lo es pero sólo hacia los demás, hacia el otro, nunca hacia el que muere. El que muere deja de estar en silencio porque éste siempre es expresión de lo vivo, de todo aquello que no tiene forma porque está en constante cambio, en movimiento hasta que al fin lo encerramos en los fórceps de las palabras. El que está muerto no está, ya no hay verbo, movimiento que lo habite, por tanto el silencio y en consecuencia la palabra no tienen cabida en él.
Sí, es cierto que el silencio es intransmisible pero se debe a que es interior, sólo aquel que lo padece sabe que lo padece, por ello se parece más al deseo que a la muerte, que según Cernuda, es una pregunta cuya respuesta nadie sabe. Es movimiento que nos devora el cerebro, las tripas, el estómago sin hacerlo realmente, porque no existe, no tiene un espacio y a pesar de ello los ocupa todos y a pesar de ello nos clava sus dientes en el lugar donde más nos duele.
Pero entiendo a Villaurrutia porque el silencio mayor es pensar o estar en la muerte, que es lo mismo de permanecer completamente abismados en nosotros mismos, es masticar el grito para poder digerirlo y así renovarlo. De otro modo no podría existir la imaginación, no podría articularse, porque el silencio es la dentadura y la atadura del pensamiento, pero también hueso a hueso forma el esqueleto para que exista la entelequia y la concreción de la muerte.
El silencio es el caos creador y la voz es el ordenamiento de ese caos, es verlo construido; la poesía es flor y canto porque es, uno: contemplación hacia dentro y hacia fuera de nosotros –flor-; y dos: expresión de sus aromas, sus texturas, sus colores, sus sabores –canto-. La creación no puede existir sin el silencio, porque éste no es un recipiente vacío, al contrario, es una chistera mágica donde se forjan las ideas que serán concreciones de nosotros mismos: artes, humanidades, ciencias; huellas de nuestro paso por el mundo.
También es importante señalar que es imposible vivir en el silencio, es imposible habitarlo de una forma total y descarada, a lo bruto, porque el silencio es frágil y agudo, es una estancia transparente y volátil, es el vaso de cristal de Gorostiza y la pirámide del sueño, retiro espiritual, de Sor Juana.
 Sus dones se ganan, no es tan fácil adquirirlos porque se dan a través de un ejercicio consciente, de la consciencia y para la consciencia; que es, por paradójico que parezca, palabra y sobre todo en llama; convicción que nos ata al mundo y nos deja poseerlo, para poseernos, y de este modo poder gritar todo aquello que somos y nos falta para ser.
Porque si no es así, si no hay un ejercicio introspectivo, el grito, ya de por sí desarticulado, carecerá de furor, será sólo un metal opaco, un alarido sin presencia, un gesto de desamparo que ni siquiera la persona que lo profirió entendería, porque no sabría cuál es su origen, mucho menos podría salir de tal orfandad.
El silencio es un estado de perpetua vigilia, es la sombra del monstruo esperando el perfume, pronto a ser tronchado, de la virginidad para darle forma a la baba, al sudor, al horror que guarda en sí mismo. Sólo dentro de sus fueros se escucha la tormenta, la lluvia, la huella del jaguar y los dientes del cisne al ser desplumado; sólo en sus fueros se profetiza, únicamente en ellos se comprende la magnitud del mundo o se deja poseer por esa revelación que nos supera y que nunca se deja definir: poesía o divinidad; porque el exterior, la realidad cruda de cada día sin el silencio no existe, no podríamos experimentarlo; si no pensamos en el mundo éste pasará de largo, será nada, porque el silencio es pensamiento o el pensamiento es silencio, da igual, pero de ellos se desprende la experiencia que será memoria e historia.
Por ello el oído está, también, en relación directa con el silencio, porque nos deja definir lo definible y lo indefinible, describir el mundo, lo visible y lo invisible, en pocas palabras nos hace imaginarlo. Es el ritmo necesario de la oración, de la fe, de la divinidad porque nos retrae hacia nosotros mismos y al mismo tiempo nos expulsa de ese exudado de humanidad que somos; nos eleva por encima de los huesos para contemplar todo aquello que no podemos asir con el berrido de la palabra que el silencio zurce hasta darle forma, hacerlo diálogo, comunión.
No, vivir en el silencio es imposible porque al final éste es una espada de palabras, es ese árbol de Bonifaz Nuño que va creciéndonos por dentro y nos mueve hacia arriba y hacia abajo, a un lado y hacia el otro y nos lleva de la mano a ver y declarar la injusticia, a condolernos del sufrimiento de los demás, de su aislamiento porque nosotros lo sentimos, es el mismo en el que estamos; al menos es el mío, porque es parte de este silencio que se transforma en escritura, en brújula de sentido para indicar el sinsentido de hablar por hablar, de pisar el acelerador sin pararse a pensar en el peatón que se tiene delante, en ese otro que caminaba bajo la lluvia de sus inútiles silencios.




1 comentario:

  1. Hice scroll en la página antes de redactar el comentario y me encontré con esta imagen: "el envés, el reverso del calcetín." Cuando se lee de prisa, aun en silencio, el ruido de las mismas palabras que se degluten sin el tiempo preciso para su digestión genera un revoltijo de sabores que impide apreciar este tipo de cosas. ¿A quién se le ocurre comparar al silencio con la parte sudorosa, apestosa de un calcetín, vulgar objeto, pero siempre silencioso? Dices tú: es la memoria, el pasado que contuvo o el presente aun contenido, la parte que no se expresa, pero contiene, como el vaso de Gorostiza. Es verdad. El envés, la parte silenciosa y oculta del calcetín es la que guarda contacto con la carne viva, con el humor y el hongo. La palabra es el signo, sustituto de lo que está ahí pero no habla y que sirve para atenuar u organizar la experiencia de la carne con el mundo. Pisar la grava en carne viva es doloroso, genera el grito, el atropello del peatón. Refugiada en el envés del calcetín, la carne se apacigua y se silencia, baja la velocidad. Quizá haya una abertura demasiado grande en este calcetín, demasiadas palabras. Buena entrada.

    ResponderEliminar