miércoles, 16 de julio de 2014

NO QUIERO VER A NADIE



He tenido oxidado el blog por pereza y por el pretexto de estar escribiendo una novelita infantil, pero la necedad o necesidad de escribir sobre mí me hace acordarme que el mejor vertedero para mis pensamientos es Vagalia.

Julio me dio la voz, y literalmente así fue, pues nací a mediados de este mes al igual que mi hermana, por ello, para variar, hablaré de mí.

La voz en todos estos años me ha servido para muy poco porque prefiero estar solo o con una o dos personas a mi alrededor, no más. En cambio disfruto los sillones de la soledad, sus libros, sus películas, sus conversaciones sobre todo y sobre nada y el silencio, más necesario incluso que la escritura, pues últimamente mi cabeza es un dolor insoportable.

Mi confinamiento, no lo niego, es un respiro de las relaciones sociales, pues a veces no tengo nada qué decir; no veo mucho la tele, la nueva música me tiene sin cuidado y las conversaciones sobre ropa, tecnología, autos, envidias, etc.,  me dan mucha pereza. Me gusta sentirme parte de la familia, de algo, pero sólo a ratos. Soy un odioso, por ello trato de no molestar, de esconderme cuando hay visitas, tampoco contesto el teléfono, de pequeño me traumaron y me cuesta mucho hablar por allí, prefiero los mensajes, la barrera de la escritura, además amo demasiado a mis seres queridos para estar demasiado tiempo con ellos.

Por otra parte, soy muy torpe para relacionarme, la verdad estoy desencanchado cuando debo hacerlo. Mi mundo es otro, hay mucha banalidad, sí, y un exceso de idioteces –la mayoría salidas de mi boca- pero sus fueros quedan alejados del consumismo desaforado y de las modas textiles, de las poses y de las preguntas para hacer conversación, no sé hablar sobre el clima,  mucho menos tengo algo importante qué decir de mis días…

-…Leo, eso es todo.

-Y qué lees

-A Muñoz Molina, Beatus Ille

-Y ¿es bueno?

-Puta… no sabes… (mientras mi interlocutor ya hurga en su nariz y sus dedos se deslizan en el celular más rápido que mis palabras… yo me desespero, me gustaría meterle el celular por el culo para que me preste un poco de atención, pero eso de verle las nalgas antes de clavárselo me da demasiado asco. Sonrío, me quedó allí, como un muro graffiteado con una leve sonrisa, espero que termine de mandar su mensaje, espero, al fin se digna…)

-Ah, qué chido, luego me lo dejas leer (y mira de nuevo su celular).

-Si quieres te lo presto.

-…Éste… No, ahorita ando con un chingo de trabajo, pero luego…

-No te preocupes, entiendo (un silencio largo)…

-Bueno, luego nos vemos.

-Ok, que estés bien. Ciao

-Ciao.

No, a decir verdad la literatura importa muy poco cuando no se comparte el gusto por ella, como cualquier pasatiempo u obsesión necesitamos que nos queme, y lo malo que yo no tengo otra, y mi familia y la mayoría de las personas tienen demasiadas que me marean con tantos conocimientos de los que carezco o de los que sinceramente me tienen sin cuidado. Lo que más me sorprende de todos ellos es su pragmatismo ante la vida, es loable la manera en que se ignora todo excepto a uno mismo.

Su chingó a su madre o su chinga tu madre es una filosofía, un modo de vivir que debería aplicar, pero no puedo, algo en mí hace que todo lo digiera, que me lo trague cuando es intragable y termine chingándome, tratando de dar razón a lo irracional, de ser ecuánime cuando el mundo no lo es ni tiene por qué serlo.

Yo sopeso y pienso cuando lo que se requiere es una acción física, no ideas; que por muy buenas que sean a veces ni terminan en el papel y aunque terminen allí no sirven para nada, no resuelven los problemas del mundo, no cambian a los políticos ni a las personas ni nada. Ni la revolución francesa, ni nuestra “independencia” surgieron de las ideas y sí del grito desaforado, del hambre, de las vísceras y el odio, del ansia de tener lo que otros poseían. No se busca el equilibrio se aniquila lo anterior y se instaura algo nuevo e igual de parcial.

Una idea, y sobre todo las temperadas, no mueve el mundo, la escritura humanística, social, no revoluciona a una sociedad cuando ésta no piensa en la generalidad del ser humano. La ley ciertamente es escrita, pero se legisla a favor no de los hombres y del bien común, sino del poder, del dinero, y mientras nuestra escala de valores y necesidades esté así, la palabra –aquella que está al servicio del hombre- sólo sostendrá utopías personales, nos permitirá vivir cómodamente en un onanismo intelectual que nada puede hacer ante una mujer carnosa que nada sabe de escritores y poco le importan las palabras bien o mal trazadas en la hoja, el caso de Lucía Méndez y Rubén Bonifaz Nuño es buen ejemplo de ello; o ante un balazo, ¿qué razones se pueden levantar para detener el plomo que se clavará en algún corazón?

¿Quién se pone a pensar que una vida es irrecuperable, que ese que cae abatido, que aquel que pide limosna o que vemos ser golpeado y no miramos es nuestro semejante, nuestro hermano? Es mejor leer y escribir, olvidar el pragmatismo que encierra “un dar la mano a quien lo necesita” para vivir cómodamente en esas chaquetas mentales que terminan, algunas veces, en blogs de poca importancia.