viernes, 19 de agosto de 2016

CENIZAS



¿La casa?, ¿mis padres? Bajo las piedras hay muchos dedos. Nadie conserva los ojos. 
 
Explotó, así, de repente, estaba respirando y luego no. No se puede escuchar, nada se puede escuchar, nadie nos escucha. Tengo las orejas arrancadas desde dentro.  Dios y el mar vacío, crujía el sudor en el rostro y en las espaldas, la sal cortaba la piel. Esperábamos al viento y nunca llegó.
¿Dónde se había ido el dolor?, lo tenía en el rostro, lo tengo, mire, nadie ha podido detener la sangre, nadie la ve, nadie puede creernos. No puedo verlo. Sí, allí están sus dedos, sus dientes blancos, las arrugas alrededor de los ojos, la cámara, sí, pero no están, usted ni nadie, no hay nada, delante de mí, de nosotros no existe nada.

No escucho ya a los aviones, metieron la mano dentro de mí y ya nada tembló. Quedamos mudos, las piernas se empezaron a endurecer, me sacaron todo el cielo. Las nubes se iban contra nosotros, nada hemos tenido nunca. No sé lo que querían, les di mis pensamientos, me porté bien, yo mismo sacrifiqué a mis hermanos y me entregué noche tras noche, qué duros son los ojos de la oscuridad, y el aire, es, es terrible verlo tal como es.
Nos llevaron cargando, a mí, en partes, la mirada, la sombra, por último la cabeza, olvidaron los juguetes, a Kuma, quise regresar la vista, estaba tan sucio, me aventaron, no pude explotar, no tuve suerte. Me quedé sentado y esperé. Nada llegó, ya se había vaciado el día contra nosotros. No, nunca tuve miedo, nacimos sin nada. Es necesario. No, no sé para qué, pero es necesario.

Puede usted limpiarme, me puede arrancar los ojos, yo lo haría pero no deja de temblarme el cuerpo. No, estoy seguro, tiembla, ¿cuándo ha dejado de temblar?

 

martes, 9 de agosto de 2016

AMAESTRAR



Me acuesto en el sillón, cruzo la pierna derecha sobre la izquierda, las chanclas caen al piso, abro un libro, mi perro se sienta frente a mí, me mira fijamente, trata de salvarme, mueve su cola, rápido, muy rápido, no quiere que me vaya.

Observa a su alrededor, ve su cuerda de trapo, la trae, no le hago caso; ahora deja su calcetín a mis pies y corre, mira hacia arriba, espera un milagro, nada cae, el calcetín sigue en el mismo lugar. Regresa y se vuelve a sentar, a él lo mira fijamente, le gruñe, quiere espantarlo, separarlo de mis manos.

Ladra pidiendo ayuda, está desesperado por mí, va por mi hermana pegada al Facebook, la jala de la chamarra hasta el sillón, me ve, me enseña su chamarra, me reclama, la ignoro.

Él me lame los tobillos, los dedos de los pies, se acurruca sobre ellos, gime, parece puerta sin aceitar. —¡Cállate Ruelas! —Avienta los ojos de perro triste, mira las chanclas y se acuesta muy cerca de ellas, sabe el riesgo que correría, pero es mejor, no quiere perderme, afuera no hace sol y quizá la lluvia se tarde media hora más en regresar. Empieza con la lengua, ahora un colmillo, dos, ruge, zarandea una, la destroza, aviento el libro, me paro en chinga, se para en dos patas y apoya las otras en mi pecho y mueve su cola, ¡maldito perro!, termino rascándole el lomo, me lame la barba y se baja, señala su correa, yo a Chéjov en el suelo, me trae los tenis, ¡demonios!, pero antes le doy unos buenos chanclazos con la destrozada y le digo que ¡no, no y no! Hay que saber amaestrarlos.

Salimos, me gustan los días con charcos, a Ruelas más.