miércoles, 19 de octubre de 2016

TÚ Y ACAPULCO





Era muy hermosa. Lo es. El problema del recuerdo radica en su temporalidad. En esa maldita ausencia donde se queda todo mientras uno se detiene aquí, en estos márgenes, en las dudas de la tinta, en el trazo inseguro que siempre traiciona mis intenciones, siempre las mismas.
Ella es, ella sigue siendo a pesar de la distancia, de lo único que me quedó de ella. Veo sus dientes y parte de su encía. La hermosura siempre es un pasado del que uno queda fuera irremisiblemente. Lleva playera negra, un tímido escote o una blusa blanca a rayas. Se acomoda los lentes, ¿o es sólo la mirada y los lentes son míos? Juega con las manos, es tan nerviosa que se le multiplican, las siento en mi miembro, rasgándome la espalda, apretándome los glúteos. Es tantas, es.
El sol es el mismo, no hay distancia de media hora que aplaque su violencia. Yo podría estar en Acapulco a esta hora, te imagino en traje de baño, con una piña colada, sin piña colada, con alberca sin alberca, mojada, seguro. Hay cosas que deben ser ciertas, que son necesarias para no ser tan infeliz.
¿Yo escribí esto? Soy esto. ¿Fui? En la escritura nada es presente. Recargo el mentón sobre mi mano. Me diluyo en las ventanas del microbús. Eres tantos reflejos. El sol se fracciona, encostra el sudor a la piel. No existe Acapulco, el pinche sol es el mismo sol de todos los días, el del transporte público, el del asalariado.
Y sonríes, demonios, sonríes. Me gustan tus dientes y tu encía. El deseo abre sus pozos, son tantos…, y luego el silencio de la camisa vencida, de mi piel a punto de cercenarme las palabras, de mostrar viva su fractura. Eres la sumatoria del hambre. Qué lejos estás de esta cercanía que me devora y me tritura en imágenes desleídas de mi rostro o el tuyo o los tuyos.
Escribo el trayecto a casa, escribo para el futuro, para guardarte de mí mismo y de ti, escribo para el frío, el que vendrá, que siempre viene y a veces tiene forma de palmeras, o de ti. ¡Qué impostura es la escritura! La creo, vivo de ella, la abro, y la única autopsia que realizo es siempre la mía.

jueves, 6 de octubre de 2016

OJOS CERRADOS








Antes que el despertador, antes de que abra los párpados, mis ojos, mis oídos ya buscan el día. Pasa el gasero, los cilindros ruedan por la acera, el de los tamales tiene un odio mal disimulado al gritar su producto, y la campana de la basura parece anunciar el fin de lo tiempos; los motores de los automóviles acumulan ruido, contaminación, prisas, ganas de que mis ojos se duerman un ratito más.

La espalda ya se resiente de estar sobre el colchón, las vértebras no están hechas para los sueños. Amanecí con dolor de estómago, en la oscuridad siento un navajazo partiéndome horizontalmente la panza. Hace frío, las cobijas no están, todo se ha ido hacia el nuevo día. La oscuridad me ha fallado.

Los pájaros crean el mundo allá fuera, dan consistencia al alumbrado eléctrico, a los postes de luz, a los edificios más altos, a las nubes, qué sería del cielo sin los pájaros, qué sería la locura, qué huérfanas quedarían las orejas así.

Un encono de perros muerde la calle; delimita las cuadras, marca sus territorios; los más peleados: la carnicería y la pollería; la verdulería tampoco se queda atrás. A los animales les fascinan las zanahorias y los chayotes, al menos a mi perro. No ha conocido los placeres de la carne, mucho menos la urgencia, el vicio, ese hervidero de hormigas, de mil y un patitas al rojo vivo que escalda la cabeza del falo, sin término y sin plazos. La carne me devora, me deja sin sueños; vibrando en la espina del deseo, quedo.

Si algo nos liga con Prometeo, no es el conocimiento ni el hígado vaya que el mío es mortal, es ese sufrimiento interminable, ese cuervo, vicio doliente, alegría desencajada de la piel y el sudor. Quizá sean las seis de la mañana o las cinco; la erección no tiene horarios, la mía está despierta y dura, podría hacer un agujero en la corteza terrestre. Si pudiera morderte el cabello, lamer tus muslos, enterrar mi nariz en tu coño, subirte la falda y los colores. Cuáles son los tuyos, qué tan apretados. Hago un esfuerzo por licuar el universo en mí, lo jalo, lo concentro, lo vuelvo a jalar, por milenios, explota al fin, se corre la luz de la habitación, es pálida, como las cortinas, es fría, como las cortinas, es transparente, como las cortinas, es dura como el día que entra en estos momentos por mis ojos. Suena el despertador, cinco minutos más. Hago un primer intento por salir de la cama. El día, la desnudez, la erección, las mujeres, los ladridos de los perros me avasallan. Gruñe el estómago, es inevitable, quizá en la cocina haya omeprazol.