jueves, 6 de octubre de 2016

OJOS CERRADOS








Antes que el despertador, antes de que abra los párpados, mis ojos, mis oídos ya buscan el día. Pasa el gasero, los cilindros ruedan por la acera, el de los tamales tiene un odio mal disimulado al gritar su producto, y la campana de la basura parece anunciar el fin de lo tiempos; los motores de los automóviles acumulan ruido, contaminación, prisas, ganas de que mis ojos se duerman un ratito más.

La espalda ya se resiente de estar sobre el colchón, las vértebras no están hechas para los sueños. Amanecí con dolor de estómago, en la oscuridad siento un navajazo partiéndome horizontalmente la panza. Hace frío, las cobijas no están, todo se ha ido hacia el nuevo día. La oscuridad me ha fallado.

Los pájaros crean el mundo allá fuera, dan consistencia al alumbrado eléctrico, a los postes de luz, a los edificios más altos, a las nubes, qué sería del cielo sin los pájaros, qué sería la locura, qué huérfanas quedarían las orejas así.

Un encono de perros muerde la calle; delimita las cuadras, marca sus territorios; los más peleados: la carnicería y la pollería; la verdulería tampoco se queda atrás. A los animales les fascinan las zanahorias y los chayotes, al menos a mi perro. No ha conocido los placeres de la carne, mucho menos la urgencia, el vicio, ese hervidero de hormigas, de mil y un patitas al rojo vivo que escalda la cabeza del falo, sin término y sin plazos. La carne me devora, me deja sin sueños; vibrando en la espina del deseo, quedo.

Si algo nos liga con Prometeo, no es el conocimiento ni el hígado vaya que el mío es mortal, es ese sufrimiento interminable, ese cuervo, vicio doliente, alegría desencajada de la piel y el sudor. Quizá sean las seis de la mañana o las cinco; la erección no tiene horarios, la mía está despierta y dura, podría hacer un agujero en la corteza terrestre. Si pudiera morderte el cabello, lamer tus muslos, enterrar mi nariz en tu coño, subirte la falda y los colores. Cuáles son los tuyos, qué tan apretados. Hago un esfuerzo por licuar el universo en mí, lo jalo, lo concentro, lo vuelvo a jalar, por milenios, explota al fin, se corre la luz de la habitación, es pálida, como las cortinas, es fría, como las cortinas, es transparente, como las cortinas, es dura como el día que entra en estos momentos por mis ojos. Suena el despertador, cinco minutos más. Hago un primer intento por salir de la cama. El día, la desnudez, la erección, las mujeres, los ladridos de los perros me avasallan. Gruñe el estómago, es inevitable, quizá en la cocina haya omeprazol.

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