lunes, 14 de noviembre de 2016

MIGRACIONES



Estiro la mano y qué encuentro, es época de migraciones. Los pájaros han entorpecido el aire con su huida. Me asomo a las ventanas y los árboles también han escapado de los bosques, de los parques, de la universidad. Sólo queda la concreción del frío: los troncos, las hojas que ya no son hojas en el suelo, los abrigos más que los hombres, los labios ajados, los gorros tejidos más que mujeres.

Es de un cielo para no verse, de verdad que es de un cielo aquí estos cinco dedos levantados, en esta mano hacia dónde. Así de qué valen las tormentas, falta brío, desesperación, distancia…, así de qué vale la lluvia y tanto paraguas y chamarra y caminar la noche y llevarla en los bolsillos y dejar que la luna se deshaga en las yemas de los dedos o deslizarla sobre la lengua, deshaciéndose en muertes, en un frío de antepiernas, de entrepiernas, de muslos duros, crueles, y no llego a tus nalgas porque el sol quema y a mí me sale urticaria de tanto deseo y además el cuerpo ya se acostumbró a las luces eléctricas  y a su hoguera de pordioseros forrados de periódicos y de cartón.

Si pudiera morder un poquito de otoño en tu pubis, dejarme una brasa para calentar el cuerpo y levantar el aliento hacia la noche o el día o la tarde porque no sé qué pasa con el maldito noviembre y sus horas; es de noche y tarde y me despierto con los huesos madrugados y el tacto allá, en tus senos y ¡qué senos!; en el trópico donde se van todas las aves, tú, incluso tú y tus migraciones.

Qué playas me pican los costados del falo, ya no me quedan costillas y me faltan mujeres, cómo se enchinarán las olas por allá, digo, encresparán; aquí todo se enfría en caliente o sea en duro, en chinga, hasta el café lo sabe y así nada sabe ni la clase, menos Blake o su tigre, pobre viejo, él tan caliente, qué va a saber de migraciones.


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