martes, 12 de septiembre de 2017

DEGENERACIÓN



Estoy en la edad en que la degeneración según James Merill- me roba mucho tiempo, energía y dinero. Dinero no tanto, la verdad, soy maestro de literatura, ¿cuánto puede gastar un profesor con su refinado sueldo?

No puedo negar que la literatura me ha vuelto bastante degenerado, aunque en cierto sentido ha pulido mis gustos, mis indecencias, ese lunario erótico, a veces pornográfico con que fustigo ese sobrante de energía. Pienso en Proust y me digo que la degeneración va hacia dentro, es un movimiento que tiende siempre hacia el pasado.

Recordar es una degeneración, una bacanal imaginativa; la memoria, un diletantismo erótico; eros entendido como creación, como fecundación, ¿de qué?, de la muerte, pues, ¿qué otra cosa es el pasado invocado? “Puedo inventar dos o tres recuerdos con total impunidad”, escribió Antonio Muñoz Molina en el Jinete Polaco. Yo me la vivo imaginando la realidad, trato de hacerme dueño de un rinconcito, de una habitación propia para mis lubricidades.

¿Qué sería de los que carecemos de genio si no tuviéramos a la imaginación? ¿Podríamos soportar la realidad, así, tal cual se nos ofrece? El deseo se imagina, se sueña, y el sueño es, a la vez, un anhelo de algo. El erotismo es deseo y sueño, es dolor y placer; eres tú escurriéndote a las cuatro de la tarde por mis sentidos, entre el sudor de mis muslos, ¿eres? y eres mis manos en tus senos, la fiebre de palabras que escribo en tu blusa de rayas, es lo sublime de la oscuridad de nuestros cuerpos, es la oscuridad ahora, cuando están encendidas todas las lámparas, cuando los soles negros de la vida nos meten en un mismo horno calentado con nuestras fiebres, con el pulso de las hormigas que nos escuecen los sexos hasta incendiar el pan y hacernos ceniza cuando más necesitados estamos de luz. Eres esto y no más: el simulacro de palabras con que me incendio ahora.




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